Sin duda que las primeras semanas de septiembre se han consagrado como un período de conmemoración y reflexión en torno a hechos significativos y relevantes de nuestra historia reciente. Esta semana se conmemoraron los 51 años del golpe de Estado que produjo el trágico quiebre de nuestra democracia. Por otro lado, la semana pasada se cumplieron dos años desde que Chile decidiera rechazar un proyecto constitucional refundacional que ponía en riesgo nuestras instituciones y garantías fundamentales.
En relación al golpe de Estado, hay quienes sostienen que por el solo hecho de realizar un ejercicio de memoria íntegro en observar sin prejuicios los hechos y procesos que condujeron al fracaso de nuestra institucionalidad democrática, inevitablemente se cae en justificar las violaciones a los derechos humanos que ocurrieron en aquel período. Es fundamental que podamos defender que no se desprende una cosa de la otra. Debemos poder condenar -sin matices- la violación sistemática a los derechos humanos y afirmar que esta no tiene justificación bajo contexto alguno, y por otro lado, defender el derecho a conocer y analizar desprejuiciadamente el período previo al golpe, para comprender los procesos y situaciones que deterioraron nuestra convivencia e instituciones desencadenando el fatídico desenlace que conocemos.
En relación al triunfo del rechazo el 4 de septiembre de 2022, los chilenos -por una amplia mayoría- rechazamos un proyecto constitucional que mostraba desconocimiento y desprecio por nuestra historia, conculcando muchos de nuestros valores fundamentales: unidad nacional, separación de poderes, igualdad ante la ley, entre muchos otros. Por cierto, la valoración de estos principios a la hora de votar guarda relación con experiencias aprendidas sobre el cuidado de la democracia.
Los hechos que se conmemoran en estas semanas debieran llevarnos a ciertas conclusiones fundamentales, a modo de no repetir los errores del pasado y de asegurar garantías básicas para una convivencia fraterna entre los chilenos: (1) reconocer y defender el respeto a la dignidad humana en todo momento, comprendiendo que la persona no es nunca un medio sino que un fin en sí mismo; (2) no avalar nunca la violencia como forma de hacer política (esto fue profundamente olvidado por comunicadores y políticos durante el estallido social); (3) combatir la cultura de la cancelación y no ceder espacio a la lógica de “amigos/enemigos”, podremos ser adversarios en nuestras ideas, pero no enemigos; (4) cuidar nuestra democracia, que es frágil, respetando sus instituciones y el estado de derecho.
Para finalizar, quisiera instar a una reflexión final sobre el triunfo del rechazo: no podemos quedarnos solo en su conmemoración. El centro y la centroderecha deben plantear un proyecto reformista para Chile, oponiéndose a la violencia revolucionaria pero también al inmovilismo conservador que impide efectuar los cambios a tiempo para construir un país en el que todos nos sintamos parte.
Matías Domeyko, director regional de IdeaPaís en Los Lagos. Columna publicada en Diario El Llanquihue, el 15 de septiembre.