Hasta hoy por la mañana, el PS seguía en la indefinición acerca del pacto electoral que integrarán de cara a las elecciones del Consejo Constitucional. Siguen pegados en el discurso de la unidad, porque cualquier definición distinta implica romper con parte importante de lo que son: o bien con su historia (si pactan con Apruebo Dignidad) o con el Gobierno (si pactan con Socialismo Democrático). La irrupción de la expresidenta Bachelet no solo estuvo lejos de solucionar el problema, sino que develó la profundidad de las tensiones en que se encuentra sumida la izquierda chilena.
La definición de las listas supuestamente tiene que ver con las probabilidades de mayor éxito en las elecciones para elegir constituyentes. Quienes promueven una sola lista, como quienes propician dos, señalan que la alternativa contraria implicaría una hecatombe electoral. Pero, en realidad, la decisión no tiene que ver con el desempeño electoral. Más bien, dice relación con el futuro de la centroizquierda y su identidad política. El hecho de que el expresidente Lagos haya arremetido como respuesta, defendiendo que la izquierda más moderada compita con su propia lista, confirma que esto no tiene que ver con las elecciones del 7 de mayo.
La reciente publicación “La historia oculta de la década socialista” de Ascanio Cavallo y Rocío Montes arroja luces para comprender las diferencias que existen entre ambos exmandatarios. En dicha obra se muestra cómo los dos mandatarios, si bien tenían distintos proyectos socialistas en sus mentes, disimularon talentosamente esa diferencia en pos de la unidad del PS. Hoy —y probablemente desde el plebiscito— se advierte con nitidez cómo Bachelet y Lagos difieren no solamente en su valoración de la fallida propuesta de la Convención, sino también en su visión de los 30 años, del liderazgo del Frente Amplio y de quiénes deben ser los socios principales del socialismo.
Detrás de algo tan coyuntural como la definición de listas electorales se esconde algo mucho más profundo: el discernimiento de una centroizquierda indecisa entre ser un actor con pretensiones de agenda y vida propia, o bien, el vagón de cola de la nueva izquierda juvenil. Ello trae aparejado una serie de desafíos. Porque además de asumir los costos que estas fisuras implicarían en el oficialismo, requerirán invertir, en serio, en nuevos liderazgos y relatos suficientemente coherentes como para recomponer un discurso que les permita justificar la socialdemocracia como una vía necesaria y atractiva, sin pedir perdón por incomodar a la izquierda joven que ha declarado, directa o indirectamente, ser mejores que ellos.
En buena parte, la definición se trata de existir como proyecto o renunciar al proyecto. Nada menor para un conjunto de partidos de significancia relevante en la historia reciente de nuestro país.
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Cristián Stewart, director ejecutivo de IdeaPaís, publicada por diario La Segunda en la edición del 02 de febrero de 2023