El Gobierno conmemoró su primer aniversario con pocas razones para celebrar.
Las mejoras que destacó el Presidente Boric en el último cambio de gabinete son un rayo de luz que asoma tímidamente en medio de semanas de tormenta. Porque si de algo ha sabido el Gobierno en el último año es de derrotas. Dolorosas y costosas derrotas.
La más simbólica, sin dudas, es la del plebiscito constitucional. Con poco pudor y mucho entusiasmo, el Gobierno se la jugó por una propuesta inapelablemente rechazada por el pueblo de Chile. Y aunque ciertas voces sigan atribuyendo a las «fake news» el resultado, lo cierto es que la apuesta por cambiar tantas realidades con tan poco respeto a su historia, resultó ser totalmente contraintuitiva para un país que quiere cambios, pero sin que se desprecien sus avances, como si ellos fueran parte del problema.
La derrota más directa es la fallida reforma tributaria. Al no distinguir los fines que se pretendía financiar—varios loables, como la sala cuna universal o un aumento importante de la PGU— del impacto regresivo de muchos medios ocupados para ello, el Gobierno perdió «la» oportunidad de materializar proyectos emblemáticos de su programa. Causas aparte, es la derrota más inhabilitante para un Gobierno ávido de herramientas de operación.
Pero la más dolorosa es la derrota cultural. Este año nos enseñó que los mismos planteamientos que le sirvieron al Frente Amplio para ganar, fueron inútiles para gobernar. Y como la administración de Gabriel Boric advirtió que gobernar no es tarea sencilla, debieron apoyar medidas que atentan contra el corazón de su proyecto político: destacar los avances de los (por ellos) injuriados 30 años, aprobar con sonrisas de papel el TPP11, confirmar los estados de excepción en el sur y la presencia militar en el norte, y pasar de la exigencia de refundar Carabineros a un total respaldo de su gestión.
La derrota cultural devino en una incontinencia por hacer guiños a todas las almas del Gobierno, lo que generó como efecto una ambigüedad que lo terminó desgastando y tensionando significativamente. Por eso, el foco del último cambio de gabinete de fortalecer y mejorar la gestión es insuficiente. Obviamente ayuda: un programa sujeto a tantas condiciones exógenas clama por una mejor gestión que la mostrada a la fecha. Sin embargo, el éxito requiere de algo previo a incrementar la capacidad de gestión de sus cuadros: si no se resuelve el modo en que administrarán la derrota cultural, la ambigüedad-efecto les impedirá avanzar. La etapa de «habitación» de los cargos y de batallas generacionales debe ser superada, para dar paso a lo que viene por delante: definir con qué identidad gobernará Boric. Es la única manera de recomponer la compleja relación que tienen con la realidad, que les propinó una derrota cultural tan cruda y que aún siguen sin acusar recibo.
Cristián Stewart, director ejecutivo IdeaPaís, publicada por La Segunda en la edición del 16 de marzo de 2023