Un cambio de opinión en política, en sí mismo, no es algo malo. Lo que es insuficiente e irresponsable no es el mero cambio de postura —por ejemplo, condenar la muerte de la sargento Rita Olivares, cuando dos meses antes había indultado a una persona condenada por homicidio frustrado a otro carabinero—, sino hacerlo sin ofrecer razones que justifiquen consistentemente ese cambio.

Suele atribuirse al gobierno actual que tiene una capacidad especial en darse volteretas sin mucha dificultad. La crítica es justificada, pero no por la cantidad volteretas, que no son pocas (infraestructura crítica, los retiros, estados de excepción en la macrozona sur, el TPP11, la inclusión de los privados en la Política Nacional del Litio, o pasar de una crítica acérrima a un apoyo irrestricto a Carabineros). La crítica tiene asidero, más bien, porque si no se dan razones coherentes que expliquen qué los lleva a cambiar de posición, perderán sostenidamente el núcleo fundamental del éxito en política, como lo es la credibilidad.

La moderación y los efectos de estos cambios son positivos. Probablemente, todas las nuevas posiciones del gobierno son apoyadas por la mayoría de los chilenos. Pero estas moderaciones, sin una justificación que le den un relato consistente, dejan abiertas importantes interrogantes. ¿Hay un compromiso genuino y sincero con estas nuevas posiciones políticas, o más bien se trata de una forma flexible y efectista de empatizar con las mayorías circunstanciales? ¿Qué los separa sustantivamente de los pisoteados 30 años? Y más aún: ¿cuánto del proyecto político del Frente Amplio subsiste en el gobierno de Boric?

Esto es muy relevante. Sin una explicación de sus cambios de posturas —acompañada de un debido compromiso de no retroceder ni cometer errores similares en lo sucesivo—, se estaría aceptando que la coherencia en la vida política no tiene sentido, pues bastaría la invocación al «derecho a equivocarse» para resolver cualquier problema. Y con ello se generan efectos perniciosos: la moderación se confunde con conveniencia, los arrepentimientos huelen a oportunismo, y la credibilidad de una generación impoluta se transforma sencillamente en otra frustración más de la misma clase política de siempre.

¿Puede explicarse por sí solo que el gobierno que prometía refundar las policías termine apoyándolas con el Jefe de Estado patrullando en terreno? ¿O que la Ministra del Interior sostenga que si un delincuente se arranca, las policías deben disparar? El Presidente Boric reconoció ayer que «vale la pena reflexionar» sobre sus actuaciones en el pasado respecto de Carabineros. Eso es necesario, pero no suficiente: para producir credibilidad, más que una reflexión retórica, corresponde una explicación precisa.

Cristián Stewart, director ejecutivo IdeaPaís, publicada por La Segunda en la edición del 30 de marzo de 2023