El Partido Republicano arrasó en las elecciones. Se trata de una lectura inobjetable.
Su posición favorable en el Consejo Constitucional presenta, no obstante, un desafío titánico: el éxito del proceso constituyente depende, en gran medida, de su propio desempeño. Su victoria los obliga a enfrentar la pregunta ineludible: empujar al éxito o al fracaso un proceso que no quieren, pero que dominan. La prueba será grande, pero hay buenas razones para pensar que estarán a la altura, porque su actuación probablemente repercutirá en sus posibilidades de llegar a La Moneda.

No obstante, ya florecen tensiones internas. Uno de los nudos críticos que se han observado tiene que ver con las 12 bases constitucionales.

Las 12 bases (o «bordes») son una de las garantías más importantes que tiene esta nueva etapa del proceso constitucional. Son un piso conocido, para evitar nuevos arrebatos refundacionales, y que el cambio sea sobre la base de la continuidad. Entre otras cosas, aseguran que el Estado de Chile es unitario y descentralizado y que los pueblos indígenas son parte de la nación chilena (contra la plurinacionalidad); establece los tres poderes tradicionales del Estado, asegurando la existencia del Senado (la Convención quería eliminar el Senado y rebajar al Poder Judicial a múltiples «sistemas de justicia»); y consagra la existencia de Carabineros y de la PDI (la Convención los olvidó). Por su importancia, las bases cuentan con la protección de un Consejo de árbitros vinculante que velarán para que, en los hechos, los bordes se respeten hasta el final del proceso.

Por eso, es positivo que dirigentes como Martín Arrau y Arturo Squella contravengan a otros dirigentes republicanos que han dudado sobre «qué hacer» con las 12 bases.
Porque solo cabe respetar las bases.
Primero, porque están protegidas constitucionalmente: no corresponde «elegir» qué hacer con ellas, aunque se tenga mayoría en el Consejo. Segundo, porque esa actitud de cuestionar las reglas del juego es precisamente lo que ocurrió al inicio de la Convención, cuando convencionales de izquierda cuestionaron si el quórum de 2/3 aplicaba también al reglamento, en un claro afán tramposo. Tercero, porque los bordes son el mejor ejemplo de lo que debe ocurrir en el Consejo Constitucional: llegar a acuerdos y distanciarse de aplanadoras de unos sobre otros, al estilo del jurista Stingo.

Los líderes republicanos deben enfocarse en convencer a sus dirigentes y bases que la aprobación de una constitución redactada prácticamente por ellos, pero con un contenido transversal y mayoritario, es el camino correcto para salir del entuerto constitucional. Ello comienza con respetar las 12 bases (a pesar de que el PR haya votado en contra de ellas), y termina con la aprobación de una «constitución republicana», en el sentido más tradicional de la palabra.

Cristián Stewart director ejecutivo de IdeaPaís, columna publicada por diario La Segunda edición 11 de mayo