Hace dos días se cumplieron 14 años del aniversario de muerte del historiador Gonzalo Vial. Un día después, fue el lanzamiento del Plan nacional de búsqueda de detenidos desaparecidos entre 1973 y 1990. Es una coincidencia importante, pues el exministro de educación de Pinochet —único miembro de la comisión Rettig con sensibilidad de derecha— tuvo una posición invariable sobre este asunto, que además de generar ronchas en los defensores del régimen, confirma lo difícil que es aplicar a Vial las categorías simplonas que satisfacen nuestra obsesión por encerrar a las personas en moldes preconcebidos.

La no entrega de los restos de las 1.162 personas desaparecidas son, para Gonzalo Vial, un «cáncer moral» y la herida más grave que sufrió el cuerpo social de Chile en su historia. A diferencia de los problemas políticos o económicos, las consecuencias de los problemas morales son menos visibles, pero mucho peores, porque las sociedades que no se hacen cargo de ellos suelen sumirse en una decadencia generalizada, que degrada todos los aspectos de la vida en común. 

El drama de que existan más de 1.000 cuerpos desaparecidos —decía Vial en 1995— que no sabemos qué fue de ellos; y la violación del derecho de sus familias de dar sepultura y rendir honor a los suyos —derecho imprescriptible e inabolible por ley o acuerdo político alguno— son una deuda nacional. Y su insatisfacción devendrá en una corrupción que el inexorable paso del tiempo nunca podrá corregir, pues “el recuerdo envenenador de una gravísima y deliberada injusticia sin corregir” será mayor a cualquier mecanismo paliativo.

Con una libertad intelectual escasa en nuestros días, criticó que el gran beneficiario político del asunto fuera el PC —constituía una «fantástica paradoja» que la reivindicación de esta causa la liderara la sección chilena de la Internacional Comunista, «responsable no de miles, sino de millones de detenidos desaparecidos»—; y fijó el fin de la transición democrática en el encuentro de aquellas víctimas, señalando que la reconciliación de los familiares con el resto de los chilenos llegará solo cuando hagamos todos los esfuerzos serios y humanamente posibles por cerrar esta herida.

El presidente Boric ha cometido severos errores en estas fechas. La pretensión imposible de instalar una verdad oficial respecto de 1973, la forzada renuncia de Patricio Fernández solo por reconocer aquel disenso histórico, y la superioridad moral de tachar de cobarde a quien comete un desesperado acto de suicidio, confirman —como señala Ascanio Cavallo— el desconocimiento que hay de la complejidad de ese proceso histórico. 

Si se hubiera escuchado a Vial y la solicitud de la familia Allende de que la conmemoración de los 50 años fuese sobria y republicana, y si esta fecha se hubiera enfocado en el Plan nacional de búsqueda —que es el mejor logro del gobierno en estos meses—, otro ánimo reinaría.

Cristián Stewart, Director Ejecutivo de IdeaPaís, columna publicada por medio La Segunda en el 31 de agosto.