La semana pasada —29 de agosto— se recordó el natalicio del historiador Gonzalo Vial Correa y cabe reflexionar en torno a su figura para pensar sobre el camino que atraviesa nuestro país. Chile vive un momento especial en donde la inmediatez y el conflicto parecen cautivar la atención de nuestra clase política. La imposibilidad de acuerdos en materias relevantes, la ausencia de una hoja de ruta para los próximos años, la exclusión de las posiciones abiertas al diálogo político, entre muchos otros más. Frente a tal escenario, resurgen los vilipendiados 30 años —que al parecer no eran tan malos a diferencia de como lo señaló nuestra actual clase gobernante—. No obstante, si se quiere pensar en una solución, no basta solo con la añoranza. Es común creer que “todo tiempo pasado fue mejor”, pero para recuperar el rumbo de la estabilidad, es importante abordar aquello que incluso en nuestros tiempos de desarrollo decidimos dejar de lado: la familia.

Aquí cabe la figura de Gonzalo Vial pues tuvo la capacidad de observar nuestra descomposición en los tiempos de mayor estabilidad —política, económica y social—. El progreso camufló lo que para Vial era evidente: la existencia de un problema “moral” que se cultivaba en el centro de la sociedad chilena, y es que, cuando los problemas morales no se resuelven, estos terminan por degradar todos los aspectos de nuestra vida común. La élite política ignoró a los más pobres, quienes vivían invisibilizados mientras la discusión pública se concentraba en el Chile “jaguar”. Los tipos de familias que se cultivaban en los sectores ajenos al establishment, se encontraban cada vez más disueltos, y en donde no yace una estructura familiar sólida, aparece la soledad —que impacta sobre todo a los niños y a quienes viven en ambientes de mayor hostilidad—. Los gobiernos posteriores a la transición decidieron abandonar la importancia de fortalecer la familia y si se observa la política contingente, este problema moral, no ha hecho otra cosa que reproducirse.

Estos desprotegidos —familias desprotegidas— pertenecían a lo que Vial llamó “un país secreto” —y quizás todavía lo hacen—, que era totalmente indiferente para nuestra clase gobernante, pero cada cierto tiempo se asomaban para salir de su escondite y recordarnos su existencia. A nuestra élite le disgustaba, dado que los desaventajados ensuciaban sus cifras y la opinión de la comunidad internacional; en el Chile de hoy, aparecieron durante la crisis de octubre y después, para rechazar la “sociedad de los derechos” que cierta élite progresista les quería prometer, de hecho, quizás vuelvan a rechazar —todavía les genera incomodidad—. Quienes gobiernan no comprenden ni conocen al país secreto, ni han buscado hacerlo, por eso cada vez que se dan cuenta de su realidad, lo interpretan con sorpresa… “¿De dónde salió esta gente?”.

Gonzalo Vial intentó dilucidar un claro diagnóstico sobre Chile y su clase gobernante: “un país en declive moral invisibilizado por el espejo de su estabilidad”. Hasta el día de hoy, el problema de las familias todavía se mantiene bajo la alfombra —y con la ausencia de crecimiento ya no es posible invisibilizarlo—. Las tensiones que nos aquejan con mayor fuerza, como el dilema de la delincuencia, la mala educación, la desconfianza institucional y social… son en su trasfondo, un problema de nuestra estructura familiar. Si insistimos en dejar de lado está discusión —como advirtiera Gonzalo Vial—, si la política sigue preocupada de aquello que nos diferencia —y del espectáculo—, si se cree que el problema de las familias es solo una cuestión de conservadores, difícilmente llegaremos a dar soluciones reales y seguiremos parche tras parche, solo con respuestas para las consecuencias de esta descomposición social.

Jorge Cordero es Subdirector de Estudios de IdeaPaís, columna publicada en Diario La Segunda, el 08 de septiembre.