El plebiscito del domingo tuvo pocos ganadores. El primero es el Servel, que como siempre mostró un trabajo pulcro y un despliegue con el que ya quisieran contar ciertas reparticiones estatales. También están las encuestas nacionales —por sobre las extranjeras—, que sacan cuentas alegres al haber leído mejor el panorama que se avecinaba. Y dentro de los actores políticos, destacan dos. Primero, los movimientos y personajes «a la derecha de Kast», que nunca creyeron en nada de todo esto y siempre votaron Rechazo. Y el segundo —acaso el protagonista de toda esta fiesta— es la propia Constitución Política de la República.
Contra todo pronóstico, la Constitución se queda con nosotros. Nadie hubiera vaticinado en octubre de 2020 —días después de conocer que el 78% de los chilenos optaba por cambiar la Constitución vigente— que en tres años ella derrotaría a dos propuestas alternativas. Pero lo hizo. Y en el segundo caso, con la más tenaz defensa de sus eternos detractores, quienes hace tan solo meses le achacaban ser cuna de todos los males del país.
Como sea, tenemos Constitución. Y es la misma de siempre. La misma que sobrevivió a pesar de haber sido usada como moneda de cambio para la «paz institucional», dando paso al proceso constituyente que los partidos de izquierda en esos años dijeron que se había instalado «por la vía de los hechos». La misma que ha sido vulnerada impúdicamente por jueces de diversas magistraturas y por parlamentarios de múltiples colores políticos, siguiendo las enseñanzas de Portales («esa señora que llaman la Constitución, hay que violarla cuando las circunstancias son extremas»). La misma a la que, en dos procesos seguidos y con solo un año de diferencia, todas las fuerzas políticas quisieron derrocar. La misma que es letra muerta en varios de sus pasajes. La misma que es, al mismo tiempo, de Lagos y de Pinochet.
El Presidente Boric, los partidos de gobierno y los de oposición lo han dicho una y otra vez: el proceso constitucional se acabó. «Partido terminado», diría Claudio Palma. Asumiendo que fuera así, no tiene sentido dejarla tal y como está hoy. La Constitución, aunque salió legitimada en esta pasada, sigue siendo sumamente debilitada y frágil. Por eso, cuando se den avances significativos en las demandas sociales que no aguantan más demora (seguridad, pensiones, crecimiento económico), ella debe ser fortalecida donde más importa: sistema político (hubo amplios consensos en el proceso), modernización del Estado, y quorums de reforma. Aunque no implique beneficios directos a la ciudadanía, son los aspectos que más directamente atacarán la fragmentación, que mejor abordarán la corrupción y que más estabilidad dará, respectivamente —todo lo cual es crucial para nuestro futuro.
La sola victoria de En Contra no superará los problemas de la Constitución. Si la vamos a mantener, tenemos que cuidarla. Sino, nos pasamos…
Cristián Stewart es Director Ejecutivo de IdeaPaís. Columna publicada en La Segunda, el 21 de diciembre.