Hoy se lanza un estudio llamado «La familia chilena bajo la lupa: Evidencia sobre la relación entre composición familiar y vulnerabilidad socioeconómica» en IdeaPaís, realizado por los investigadores Juan Pablo Lira y Emilia García. En apretada síntesis, es una muestra concreta de por qué a la familia no están asociados solo problemas «morales», sino, sobre todo, asuntos sociales y políticos.
El estudio analiza en qué medida los cambios culturales y sociales que ha sufrido la familia y su composición en las últimas décadas en Chile, afectan al bienestar familiar e individual de sus miembros. En particular, se indaga cómo están correlacionados la creciente realidad de familias monoparentales —lideradas principalmente por mujeres— y los arreglos familiares diferentes al matrimonio, con diversas implicancias sociales, como la pobreza, trayectorias escolares deficientes, o la inclinación al consumo de alcohol y drogas.
Los resultados son elocuentes: las condiciones de vulnerabilidad aumentan en las familias monoparentales —mayoritariamente en las lideradas por mujeres— y en aquellas constituidas por arreglos distintos al matrimonio. Esta correlación es estadísticamente significativa, es decir, no es una mera correlación. Y esto es un problema grave.
Algunos ejemplos. Las familias monoparentales son 1,5 veces más propensas a ser pobres que las familias biparentales, lo que aumenta a dos veces cuando el jefe de hogar es mujer. Es decir, es dos veces más probable que una familia sea pobre si tiene una madre soltera que la saca adelante, a si el hogar es biparental. Esto es un desastre. Y en la misma línea: así como las familias monoparentales lideradas por un hombre ven reducidos sus ingresos autónomos en un 3% (comparado con las familias biparentales), las que tienen jefatura femenina lo hacen en un 41%. Otro desastre.
Es crucial que como país abordemos sin tapujos el problema político que significa la descomposición familiar. Solemos pensar que esta preocupación responde a mantener ciertos valores, que a su vez obedecen a obsesiones morales abstractas, antojadizas y distantes de la realidad. Y es todo lo contrario: precisamente porque la realidad es lo único que existe, es que debemos preocuparnos por el lugar donde las personas pueden desplegar al máximo sus potencialidades, como lo es la familia. En ella aprendemos nuestros comportamientos sociales más básicos, y los modales y conocimientos que forjan nuestro carácter. Por eso es la principal fuente de identidad personal de los chilenos, de acuerdo a la última encuesta Bicentenario. Y por eso se ha repetido hace siglos que la familia es la base orgánica de esta y de todas las sociedades.
Si las políticas públicas se aproximaran a la realidad preguntándonos cómo podemos hacer verdaderamente posible la vida familiar, quizás, otro gallo cantaría.
Cristián Stewart, es Director ejecutivo de IdeaPaís. Columna publicada en La Segunda, el 4 de enero.