No son pocas las voces, oficiales y no oficiales, que señalan que el trágico incendio que azota Valparaíso fue intencional. De hecho, según las cifras de Conaf, el 28% de los incendios de esta temporada han sido provocados intencionalmente. Sobre esto, caben dos grandes preguntas: ¿Qué está detrás de esta intencionalidad? ¿qué consecuencias provoca a nivel social?
¿Quiénes son aquellos que provocan incendios? ¿es mero infantilismo? ¿jóvenes inconsecuentes que buscan hacerse los choros entre sus amigos? ¿O acaso habrá algo más profundo, que tiene que ver con personas que se han vuelto antisociales, anarquistas, con una profunda rabia hacia la sociedad, el sistema, la autoridad y ven como medio de acción generar este caos social a modo de venganza? ¿Son terroristas? Si es así ¿cuál es su causa? Cualquiera de estas alternativas merece respuestas serias y una honda reflexión respecto de qué es lo que genera esa ira, ese odio hacia la sociedad como para provocar un incendio de tal magnitud. Si resulta cierto que la intencionalidad de los incendios ha ido en aumento, parece necesaria una reflexión de este tipo.
Por su parte, vale la pena reflexionar también en torno a lo que esa intencionalidad genera en la ciudadanía. Basta escuchar algunas declaraciones –incluídas las del propio Presidente- para dar cuenta que exacerba la impotencia de las familias damnificadas. ¿Cómo no hacerlo cuando son decenas de familiares y proyectos de vida arrasados por las llamas que alguien inició? Ante los miserables causantes de ese horror no cabe clemencia.
Esta impotencia se ve enardecida en el particular contexto de la crisis de seguridad que vivimos. Impotencia mezclada con miedo, con desesperanza, con incertezas. No sólo tenemos el temor de ser asaltados en la calle, también ahora hay que temer a que un infeliz nos queme la casa y mate a un padre, un hermano, a un hijo. Impotencia que se acumula cuando estos hechos no tienen consecuencias. Cuando emerge ese sentido de impunidad ante los criminales, pues como muestran los datos del Ministerio Público, menos del 2% termina en condena, pareciera que en Chile incendiar es gratis. ¿Cómo atender a una ciudadanía con esta creciente impotencia y temor? ¿Por dónde se canaliza todo esto? Tal como venimos observando, en parte se canaliza en el creciente malestar ciudadano, en la apatía y desesperanza de que la clase política pueda resolver estos problemas -menos cuando parecen preocupados de sus propios asuntos partidistas o banalidades- y en la desconfianza hacia el otro, quebrando aún más nuestro tejido social.
Otra vía de canalizar todo esto es la necesidad de buscar un culpable. Si no es la Policía de Investigaciones quien lo encuentre, será la propia opinión pública, el imaginario colectivo, quien lo señale, sin importar si hay o no asidero para tal incriminación. En efecto, ya se escuchan las voces que señalan a las inmobiliarias o los migrantes como culpables. Estos últimos suman además el estigma de ser los culpables de la delincuencia en nuestro país. Si ya hemos visto represalias contra ellos, no es difícil imaginar que los problemas se agudicen.
El panorama parece desalentador. Quizás hasta amargo. Sin embargo, no dista mucho del sentir de muchos chilenos. La política debe ser capaz de afrontar la desesperanza de la ciudadanía, como el problema político que es, caldo de cultivo para mayores crisis que arriesgan nuestra democracia, la paz y nuestra vida en sociedad.
Magdalena Vergara, es Directora de Estudios de IdeaPaís. Columna publicada en El Líbero, el 12 de febrero.