No los culpo. Más bien, los respeto. No como ejemplos a seguir, pero sí como quien reconoce el mérito del Frente Amplio de haber logrado lo que pocos han podido: un despertar a la política valiente e idealista en medio del movimiento estudiantil de 2006, cuando no se estilaba que jóvenes -menos «secundarios»- participaran del debate nacional.
Luego, la gestación de una fuerza política universitaria el 2011, aunando banderas y concitando apoyos hasta hoy incólumes; una entrada precoz a la política representativa el 2013, al alero de una Nueva Mayoría desgastada que veía en ellos la renovación necesaria para recuperar el gobierno perdido; la consolidación partidista materializada en la candidatura presidencial que obtuvo la tercera mayoría nacional el 2017; la fagocitación de sus aliados y el posicionamiento como principal fuerza opositora a partir del 2018; el control político e ideológico del primer proceso constitucional el 2021; y la conquista del sillón de O’Higgins ese año, junto con 2 gobernadores regionales, 13 alcaldes y 22 parlamentarios electos.
Hasta ahí, todo respetable. Si hay algo que claramente ha quedado demostrado es la profunda sabiduría de los chilenos y su notable sentido común. Por tanto, los logros anteriores solo confirman algo que muchos prefieren callar: el Frente Amplio ha sido el canal de representación de millones de chilenos, lo que permitió que estos jóvenes activistas, con capacidad de oratoria y habilidad electoral, tomaran el control político del país en solo 10 años. ¿Fue solo mérito de ellos? Algunos mencionan que el contexto también les jugó una buena pasada: una Nueva Mayoría dividida y desgastada; un Chile Vamos añejo, que repetía las fórmulas y liderazgos noventeros; y, sobre todo, la incapacidad de la política tradicional -quienes conformaban el «binominal»- de permitir y promover nuevos liderazgos jóvenes dentro de sus filas. Esto, sumado al descontento acumulado por el estallido y la pandemia, les permitió posicionarse rápidamente como el principal aire de renovación para Chile.
Sin embargo, finalizado el «primer tiempo» de su gobierno, podemos evidenciar con mayor intensidad sus flaquezas. En efecto, la «política de la retórica» ha demostrado su incapacidad total de gestionar eficientemente un país que se desangra en una crisis de seguridad sin precedentes, de prevenir catástrofes y reacción oportunamente -siendo dramáticamente evidenciado en los incendios y su trágico saldo de muerte-, de promover el crecimiento económico y atraer inversión, agudizando el estancamiento económico y el desempleo, así como de responder a las urgencias sociales claramente diagnosticadas y amargamente desatendidas que embaten a las familias en temas como salud, educación y pensiones.
¿Dónde está su problema? Algunos apuntan a la falta de experiencia de gobierno. En efecto, tanto la política universitaria -su principal cantera- como la política parlamentaria -su plataforma de posicionamiento y acción- adolecen de un elemento común: no requieren ni un mínimo de capacidad de gestión (salvo la administración de la campaña electoral y la fidelización de sus seguidores), primando las funciones discursivas y retóricas en su ejercicio. Otros señalan que su mayor problema recae en su conflictivo pasado, el cual los ha privado de confianza y credibilidad. Es indesmentible: el espacio político conquistado, el Frente Amplio lo obtuvo a codazos. Primero, ganando un espacio dentro de la izquierda denostando los gobiernos de la Concertación y la supuesta mediocridad de sus dirigentes -siendo Carolina Tohá, entonces alcaldesa de Santiago, uno de sus principales blancos-. Segundo, una vez derrotada y subsumida la centroizquierda, yendo en picada contra la centroderecha, en ese entonces la coalición gobernante, con una irresponsabilidad y flaqueza democrática sobrecogedora. De ese modo, a punta de acusaciones, movidas inconstitucionales, increpaciones y obstrucciones -sin considerar los graves daños que causaba para la salud y seguridad del país- capitalizaron el descontento y lo proyectaron hacia un nuevo gobierno.
No obstante, los dichos recientes de uno de sus dirigentes, Gonzalo Winter, sumado a otros de camaradas ideológicos como Giorgio Jackson («nuestra escala de valores dista de la generación que nos antecedió»), han reflotado una tesis que parece ser la que mejor explica su eventual fracaso: su elitización los ha alejado de las necesidades de las familias, generando un abismo entre «el gobierno del lenguaje inclusivo y las caletas con perspectiva de género» y la desesperación social del chileno promedio. Es esa «pretensión aristocrática» (creerse el gobierno de los mejores) la que les ha jugado la peor pasada; ha desconectado a sus «gobernantes iluminados», portadores de conocimientos y habilidades superiores, de los «gobernados ignorantes», cuyas necesidades no son tan importantes como las preconcepciones ideologizadas que ellos tienen de lo que Chile necesita.
¿Está todo perdido? Afortunadamente no. Tanto las palabras del alcalde Tomás Vodanovic como del mismo Presidente Boric demuestran que hoy hay mayor claridad en el diagnóstico y voluntad de mejora. Pero es tiempo de que esos dichos se hagan carne en el proyecto político que reinauguran. Si siguen sosteniendo que la «disputa ideológica» es la primera prioridad y que sus opositores políticos son «miserables» por creer lo contrario, es la mejor manera de «empezar muriendo», como diría Quino. En cambio, si renuncian a esa pretensión aristocrática y se abren genuinamente a escuchar lo que la ciudadanía les pide a gritos -una gestión proba, oportuna y eficiente-, es señal de que algo se ha aprendido. No con retóricas ideológicas ni discursos altisonantes, sino con el trabajo humilde y silencioso de quienes verdaderamente buscan un país mejor.
Pablo Mira es Director de desarrollo IdeaPaís. Columna publicada en CNN, el 18 de marzo.