Michelle Bachelet entró de lleno en la escena política. Luego de años en cautiverio —con algunos intervalos, como su apoyo al «Apruebo» en 2022— y más dedicada a asuntos globales que domésticos, la expresidenta ha protagonizado una serie de hitos que la han posicionado arriba en las encuestas. Cual «día de la marmota», porque es como si de verdad no avanzáramos, y con destellos de déjà vu —hace literalmente 20 años, un tanque la llevó a liderar todas las encuestas—, Bachelet se mueve en una cancha donde derrocha su talento político como nadie: la arena de las indefiniciones.
Y es que Bachelet sabe convertir la vaguedad en elocuencia. Son sus indefiniciones lo que le ha dado réditos en su historia política. La ambigüedad es su mejor aliada, y las frases genéricas y vagas —al punto de seguir seduciendo desde la DC al PC— su principal artillería. Su estilo personalista y su impronta empática y errática son su marca personal, que funciona a prueba de toda pregunta de análisis sociológico. Es de las pocas personas que diciendo muy poco, logran decir mucho («Chile cambió», «hablamos en marzo», o «paso»). Y con lo poco que dice, taponea a los partidos y hace sombra a las nuevas generaciones.
Por eso, su última declaración hay que tomarla de quien viene. Que señale a más de un año «no soy candidata» deja totalmente abierta la puerta para armar una candidatura. Eso le permite formalmente no ser candidata, pero moverse, actuar y hablar como una.
Negar una condición en tiempo presente es muy distinto a negarla en tiempo futuro. Y eso ella no solo lo sabe, sino que le saca provecho. Un provecho ambiguo, abierto, buena onda. Un provecho que le viene bien y le permite seguir construyendo desde una banca muy cercana a la cancha, tomando ella las decisiones de cuándo entrar y cuándo tomar palco.
Sus últimas apariciones públicas —quirúrgicamente estudiadas y ejecutadas— confirman que para ella todo está abierto. Y probablemente se mantendrá así, no porque quiera, sino para inyectarle aire a un sector que ha sufrido mucho en estos años. Si ella es la única ventana que tiene la izquierda para ganar, su biografía y su trayectoria le representarán muchos escollos antes de restarse al desafío.
Como sea, más allá de que sea o no una trampa en este solitario/colectivo que está jugando, su indefinición es, al mismo tiempo, su mejor socio.
Cristián Stewart es director ejecutivo de IdeaPaís. Columna publicada en La Segunda, el 22 de agosto.