El Salón de Profesores es una película alemana dirigida por İlker Çatak, nominada a los Oscar 2024 en la categoría de Mejor Película Extranjera. Cuenta la historia de Leonie, una profesora amable, moderna y con ideales claros sobre la justicia y la igualdad. Es una persona que quiere hacer bien su trabajo, lograr que los alumnos aprendan, velar por su bienestar y la protección de sus derechos. Sin embargo, aun cuando evita ser conflictiva con sus pares, se ve envuelta en un episodio que la deja completamente expuesta a las críticas de los alumnos, apoderados y demás profesores.

Si bien el argumento principal se desarrolla en función del conflicto al que la profesora se ve enfrentada, desde el comienzo queda en evidencia las dificultades diarias con las que debe convivir: alumnos disruptivos, contestadores, desobedientes; apoderados exigentes con el colegio, pero poco comprometidos y responsables del comportamiento de sus hijos; una serie de protocolos cuyos objetivos son muy nobles, pero llevarlos a la práctica un gran problema. En síntesis: toda relación con la realidad no es sólo coincidencia. No es una distopía, sino la franca y triste realidad que rodea a los profesores hoy en día: están de manos atadas porque no logran ejercer su autoridad.

Nos guste o no, la autoridad es el resorte de la educación. La educación no son sólo aprendizajes y conocimientos que debemos memorizar, sino un testimonio del mundo en el que vivimos donde quien entrega el testimonio es tan vital como aquello que se entrega. De ahí que el derecho a la educación no es sólo entrar y permanecer en un establecimiento, sino tener realmente la posibilidad de aprender, y en ese proceso, el profesor es la clave.

Sin embargo, la creencia utópica de que tanto a padres como profesores les basta tener carisma y ser buenas personas (como si la autoridad fuera del todo innecesaria), vuelve imposible la educación de los niños, porque aparentemente sólo los héroes pueden cumplir dicha misión; y sabemos que a los héroes los contamos con las manos.

Las cifras son alarmantes: el 20% de los profesores deserta al quinto año del ejercicio docente, impulsados por el agobio y la desmotivación ; y para el año 2025 se proyectó un déficit de más de 26 mil profesores idóneos en establecimientos educativos . Y si bien este escenario no es exclusivo de nuestro país, estamos haciendo poco al respecto.

En efecto, existen una serie de técnicas o medidas que se pueden aplicar para reforzar la autoridad de los profesores al interior de los establecimientos educacionales, pero el Estado debe ser capaz de apoyar a los colegios y no de imponerles límites que hacen aún más difícil el refuerzo de ésta. Un ejemplo es la exigencia de uniforme escolar. Muchos colegios insisten en su uso no sólo para igualar

el atuendo de los estudiantes o evitar que las familias compren exceso de vestuario, sino como primera exigencia para adaptarse a un contexto en el que se debe respetar las reglas con el objeto de favorecer el aprendizaje. De hecho, a principios de este año, en Francia comenzó a regir esta medida con el sólo objeto de reforzar la autoridad. Sin embargo, nuestra Superintendencia de Educación imposibilita la aplicación de sanciones por su falta de cumplimiento. Entonces, ¿cómo lo hacemos exigible? Si la razón para no sancionar es que podría haber un impedimento económico para su compra, entonces facilitemos ese aspecto, pero la Superintendencia no puede impedir sancionar exigencias que son razonables.

La dificultad para ejercer la autoridad se ha transformado en un tópico común dentro de los problemas que abundan en el sistema educativo, pero no se ve ninguna acción por parte del Estado encaminada a fortalecerla. Dar solución a la situación que retrata el Salón de Profesores requiere a padres, directivos y profesores remando para el mismo lado, pero de poco sirve si el Estado va en sentido contrario.

Francisca Figueroa es investigadora de IdeaPaís. Columna publicada en El Dínamo, el 27 de agosto.