En 1973, socialistas y democratacristianos quedaron separados por un abismo que parecía imposible de cerrar. Sin embargo, años más tarde lograron construir la Concertación. ¿Por qué, entonces, resulta tan difícil que Republicanos, Chile Vamos y los nuevos partidos de centro hagan lo mismo después del 4S de 2022?

El golpe militar de 1973 dejó al PS y la DC en trincheras opuestas. Para los socialistas, la DC fue cómplice y autora intelectual de la caída de Allende. Para la DC, en cambio, el PS era una fuerza radical e irresponsable que había tolerado, e incluso promovido, la violencia de la ultraizquierda, como la que le costó la vida a Edmundo Pérez Zujovic en 1971. La enemistad parecía, por lo mismo, insalvable.

¿Cómo fue posible que, pese a estas heridas, volvieran a conversar?

Hacia fines de los 70, en el exilio, dirigentes socialistas iniciaron la denominada “renovación socialista”. Inspirada en la socialdemocracia europea, este proceso consistió en abandonar la ortodoxia marxista que había caracterizado al PS y en revalorizar la democracia. Paralelamente, democratacristianos como Andrés Zaldívar y Gabriel Valdés comenzaron a tender puentes con la izquierda. Ambas fuerzas tenían un objetivo común: sacar a Pinochet del poder.

En ese contexto, el plebiscito de 1980 aceleró esa confluencia. En el Teatro Caupolicán, ante más de 50 mil opositores –socialistas, comunistas, radicales y democratacristianos–, Frei Montalva llamó a enfrentar unidos a la dictadura. Aquella noche de agosto, compañeros y camaradas aplaudieron bajo un mismo techo, sembrando la semilla de lo que diez años después sería la Concertación.

Ahora bien, aunque lo que sigue es conocido, no conviene olvidar lo insólito de que dos fuerzas enfrentadas –en algún sentido, literalmente– a muerte hayan podido aliarse. Comprendieron que solos estaban condenados a perder, pero juntos podían dar formar a algo mayor que la suma de sus partes: una realidad política sui generis, más fértil que lo que cada cual había alcanzado por separado. Así nació un proyecto compartido que dio al país los mejores años de su vida democrática reciente. Con todo, suele pasarse por alto el costo que implicó levantar esa alianza, como si los sacrificios que la hicieron posible no hubieran incidido en sus frutos posteriores.

El Rechazo del 4 de septiembre de 2022 fue un punto de inflexión similar al plebiscito de 1980. La diferencia es que, mientras socialistas y decés entendieron que el futuro pasaba por replantear sus diferencias, hoy Republicanos, Chile Vamos y Demócratas/Amarillos parecen incapaces de dejarlas atrás –ínfimas, en comparación a las de los 80– y proyectar una alianza estable. Si dos fuerzas enfrentadas a muerte pudieron recomponerse para devolverle la democracia a Chile, ¿cómo justificar que la derecha no logre articular un proyecto común tras el 4S?

Emilia García es directora de estudios de IdeaPaís. Columna publicada en La Segunda, el 03 de Septiembre