Acercándose el término del gobierno de Gabriel Boric, su amigo y compañero de batallas, Giorgio Jackson, ha publicado un sugerente documento, en el que expone una genuina autocrítica del período de gobierno del Frente Amplio. En su análisis, Jackson defiende el legado del gobierno, aunque la narración de sus logros es severamente opacada al lado de los sentidos cuestionamientos que relata. Y es que si ya es extraño que en política se vea la viga en el ojo propio, el ejercicio autocrítico es sencillamente milagroso si proviene de dirigentes del FA.
Jackson reconoce que el gobierno cometió errores relevantes desde el inicio. Menciona los círculos concéntricos, la visita a Temucuicui y su célebre frase de la «escala de valores y principios» más pura. Repasa el «desprolijo proceso de indultos», los bochornos de la compra de la casa de Allende y de los cobros excesivos de la luz, y no omite los casos que más daño hicieron al gobierno: Convenios y Monsalve. Reflexiona crudamente que los (incontables) cambios de posición alimentaron una idea de «travestismo político», y que varios errores crearon una sensación de frivolidad en ellos. Observa, en fin, que el estallido social sería un hito que marca a la política chilena, y señala que con la victoria apabullante de Kast y la estrepitosa derrota de la izquierda se ha llegado al fin de un ciclo político.
Este texto merece una detenida lectura del entorno más próximo de José Antonio Kast. No son pocos quienes ven en el Partido Republicano el reverso del Frente Amplio, al carecer de experiencia ejecutiva relevante, y por ningunear —con cierta vehemencia y ligereza— los desempeños políticos de otros. Por eso, este documento permite ponderar la gran oportunidad que Kast tiene por delante.
La ventaja de saber cómo no hay que hacer las cosas es recién el piso. JAK cuenta, asimismo, con el respaldo de una amplia coalición de partidos —coincidente con las fuerzas del Rechazo— y con una acotada agenda de emergencia, cuya legitimidad pondrá en aprietos a la oposición si ella opta por torpedear. Si además sigue el camino anunciado, Kast podría transitar de un candidato confrontacional a un presidente convocante y respetuoso de los procesos y de sus adversarios, lo cual dejaría de cables cruzados a quienes intentan asimilarlo a «dictadores malnacidos».
Todo esto es una oportunidad de oro para el Presidente electo. Aprender gratuitamente de los errores ajenos, capitalizar con legitimidad su agenda, dar con el tono de quien respeta la diferencia pero cumple su palabra, y arrinconar en la irrelevancia política a quienes porfíen en la fracasada y burda minuta de la ultraderecha, puede transformar a Kast en el presidente que rompa con la alternancia que desde hace 20 años nos tiene de tumbo en péndulo, confirmando de paso el nuevo clivaje que David Altman y Claudio Alvarado, entre otros, insisten que se configuró.
Cristián Stewart es director ejecutivo de IdeaPaís. Columna publicada en La Segunda, el 18 de Diciembre
