«HAY SECTORES DEL GOBIERNO QUE TIENEN UN CARÁCTER SEMI MESIÁNICO Y UNA AUTOCRÍTICA MUY DÉBIL»

El académico de la U. de los Andes dice que ‘no compramos demasiado tiempo con el Rechazo. Los problemas que afectan a la ciudadanía desde hace años, en salud, pensiones, seguridad, no van a solucionarse sin política’.

El triunfo del Rechazo en el plebiscito del pasado 4 de septiembre puso fin al ciclo político iniciado en noviembre de 2019. Sin embargo, esto no quiere decir que el contexto de fondo (la falta de legitimidad de las instituciones, por ejemplo) se deba olvidar.

A eso apunta Matías Petersen, doctor en Economía Política del King’s College de Londres, e investigador del Centro de Estudios e Investigación Social «SIGNOS» de la Universidad de los Andes. ‘Una nueva Constitución no solucionará por arte de magia los grandes problemas de Chile, pero me parece que el proceso constituyente es, a estas alturas, irreversible’, señala.

Profesor y columnista, en los últimos años ha concentrado su labor en el estudio del mercado, los derechos sociales y subsidiariedad, entre otros. Insertos en un presente quebradizo, volátil, y de alta incertidumbre política, económica y social, Petersen considera que nuestro futuro se juega en la denostada política de los acuerdos.

-¿Por qué piensas que un 61% decidió rechazar? ¿Tenemos una necesidad de orden luego de casi tres años de anomia social?

-Las razones son múltiples, pero una cosa que es importante tener en cuenta es que el plebiscito no solo se trató de aprobar o rechazar la propuesta de la Convención. Mucha gente estaba también evaluando el proceso constituyente en general, así como la gestión del Gobierno, el que desde un comienzo decidió atar su suerte a la Convención. Hay ciertos casos, como el de La Araucanía, en donde la pulsión por orden es evidente y más que justificada. Pero no creo que la explicación de triunfo del Rechazo obedezca solo a un tema de orden público. Hay, por ejemplo, algunos artículos del texto propuesto que generaban mucha incertidumbre en la ciudadanía, como el tema de la plurinacionalidad.

-¿Qué otras cosas generaron incertidumbre? ¿El origen violento que originó el proceso, el comportamiento de los convencionales, al espíritu refundacional, o que la Convención le habló a una minoría?

-Todas las anteriores y algunas más. El espíritu refundacional de la propuesta era evidente, pero también hay que tener a la vista que el votante chileno es más pragmático de lo que se cree. El comportamiento de algunos convencionales dejó mucho que desear, pero en muchos casos eran cosas que pudieron haberse manejado en sede política. Pero mucho más compleja y difícil de comprender a primera vista fue la falta de disposición al diálogo de muchos convencionales. Sobre el contexto de violencia que gatilla el acuerdo de noviembre, es verdad que puede influir en muchos votantes, pero no creo que tenga un peso preponderante en la explicación total. No hay que olvidar que la percepción de la ciudadanía respecto de la legitimidad de la violencia en política fue cambiando con el proceso mismo. En un comienzo mucha gente decidió hacer vista gorda con el tema de la violencia como arma política.

-El proceso constituyente intentó imponer cambios radicales: en la plurinacionalidad o en las lógicas identitarias, por ejemplo. ¿Crees que el Apruebo olvidó al Chile silencioso que no participa de las redes sociales?

-Es cierto que hay muchas personas que no participan de la caja de resonancia propia de las redes sociales, y eso explica en parte lo sorpresivo de los resultados. La Convención pudo haber tomado nota de lo alejada que estaba del sentir de la ciudadanía. Mucha gente espera transformaciones importantes y necesarias en materia de seguridad social, pero son bien pocos los chilenos interesados en la literatura contemporánea sobre el buen vivir, la plurinacionalidad, las disidencias, o el decrecimiento. Muchos constituyentes asumieron que había un correlato estrecho entre lo que pasaba en los pasillos de la Convención y las aspiraciones y angustias de los chilenos.

-¿Crees que esta última votación, obligatoria y masiva, muestra que Chile es un país mucho más pragmático que ideologizado?

-Muestra eso y mucho más. Si bien toda elección, con o sin obligatoriedad de voto, es una foto del país en un determinado momento, la diferencia está en qué tan panorámica es la foto. La voluntariedad del voto puede tener un efecto fragmentador de la representación política, dando mayor voz a quienes tienen posturas más ideológicas. Eso ha sido nocivo para la política chilena y sobre este tema muchas veces la izquierda más radical se dispara en los pies, ya que intenta justificar la voluntariedad del voto apelando a la mera autonomía individual. La idea de que el voto sea voluntario puede ser justificada desde diversas posturas, pero quizás los argumentos que apelan a la libertad resuenan mucho más en nuestras mentes borrachas de deseos de autonomía. Sobre el carácter pragmático del chileno, tiendo a estar de acuerdo. Aunque quizás más que pragmatismo, quiero creer que se trata de un espíritu reformista que rechaza la épica refundacional del octubrismo.

-¿La cancelación de la derecha y la centro izquierda en la Convención fueron claves para que ganara el Rechazo? ¿La falta de posturas más moderadas le pasó la cuenta al Apruebo?

-Ciertamente que el centro político no estuvo bien representado. Pero ese fue quizás un problema más de diseño que de comportamiento. El diseño electoral para la composición de la Convención no generó incentivos a que los constituyentes electos fueran moderados. Me refiero a las listas de independientes o la no proporcionalidad de los escaños reservados. Muchos analistas advirtieron los efectos que ese diseño podía tener en la capacidad de diálogo al interior de la Convención, pero terminó triunfando la idea voluntarista según la cual el diálogo es siempre posible, independiente del diseño institucional. Había convencionales más abiertos al diálogo que otros, pero tiendo a pensar que el modo en que decidimos elegir a los convencionales iba a generar necesariamente un giro del centro político hacia la izquierda.

-Gabriel Boric debe pedirle votos a la derecha y abrir conversaciones con el Congreso, en especial con el Senado, para abrir un nuevo proceso constitucional. Pero a la vez, no puede traicionar a su base política: ¿cómo crees que el Presidente puede superar ese escollo?

-El Presidente no la tiene nada de fácil. Si pensamos el modo en que el Gobierno se alineó con la propuesta constituyente, y el modo en que dicha propuesta pretendía eliminar el poder del Senado, la cosa se ve bastante compleja. Efectivamente, las bases del Frente Amplio tienen ese carácter refundacional, pero Boric no tiene alternativa acá. Su margen de negociación ya es estrecho considerando el resultado del plebiscito. Si mira solo a sus bases, más que al centro político, no veo cómo puede superar este escollo. Habrá que ver cómo evoluciona la ya debilitada relación del Presidente con los partidos de centroizquierda.

‘Muchos están tan convencidos de la verdad de sus diagnósticos’

-El Gobierno y la Convención apostaron por la utopía sin historia. ¿Cuánto afectó al electorado la destrucción que se ha hecho de los espacios públicos, el patrimonio y el desprecio a las tradiciones e historia republicana?

-Puede ser que una proporción de quienes votaron Rechazo lo hicieran como reacción a cierta épica refundacional que se avergüenza de nuestra historia republicana. Sobre la violencia y destrucción, creo que la postura de muchos chilenos ha sido más ambivalente. No hay que olvidar el silencio de muchas personas ante la destrucción del Metro, iglesias y edificios patrimoniales que observamos en plena crisis social. Es interesante recalcar el carácter inevitable de la historia o la narratividad en general en todo relato político. Por eso creo que mejor que hablar de una utopía sin historia, es más apropiado hablar de una utopía que pretendió reescribir la historia de Chile, reemplazando nuestra historia republicana con otra historia. Ese intento fracasó porque el modo en el que los chilenos se entienden a sí mismos claramente no coincide con el modo en que la Convención quería que nos entendiéramos.

-¿Qué te han parecido los análisis que desde La Moneda se han hecho sobre la derrota del Apruebo? ¿Hay cierta complacencia?

-Asumo que, como en todas estas cosas, hay un espectro. Hay claramente un sector del Gobierno que es sensible a la crítica, como se puede apreciar por las declaraciones del ministro Marcel una vez conocidos los resultados del plebiscito. Pero es cierto que hay otros sectores que tienen un carácter semi mesiánico donde la autocrítica es muy débil. Y creo que esa autocrítica es débil porque muchos están tan convencidos de la verdad de sus diagnósticos y la validez de sus soluciones, que no ven cómo sea posible que la gente no los comprenda. Esto incluso ha llevado algunos a sugerir que si el pueblo votó Rechazo, es porque evidentemente el pueblo está equivocado, y por tanto requiere de educación cívica.

-La Convención hizo una glorificación del Estado. No obstante, los ciudadanos más carenciados tienen una mala experiencia con el Estado, es cosa de ver los consultorios de atención primaria. ¿Crees que la idealización del Estado es más bien una demanda de la elite de izquierda que una necesidad de la población?

-Yo tiendo a pensar que la experiencia de las clases bajas con el Estado es mixta. Hay muchos programas sociales que han tensionado mucho la experiencia de vida de las personas, como por ejemplo algunas políticas en materia de viviendas sociales. Pero también es cierto que el mismo Estado ha sido capaz de construir liceos de excelencia o lograr algo tan elemental como mantener el orden público. Quizás esto último explica en parte porqué la ciudadanía palpa con especial sensibilidad la actual crisis de seguridad. Me parece que hay algo de verdad en la tesis según la cual la esperanza en la capacidad del Estado de solucionar una serie de problemas sociales es una demanda de cierta elite de izquierda, más que de la población. Es como un espejo de aquella idealización de los mecanismos de mercado pregonado por ciertos sectores de raigambre liberal.

-El sociólogo Eduardo Valenzuela dijo que lo que habíamos visto en el plebiscito era la otra cara del 18-O. Es como si nos hubiésemos detenido sólo en una sola de sus caras: la destrucción. Pero hay otra que, silenciosamente, fue a las urnas. ¿Qué opinas?

-Tiendo a estar de acuerdo. Siempre que ello no implique olvidar lo mucho que cambió la percepción de la ciudadanía desde el 18-O hasta ahora. No me cabe duda que muchos de quienes se manifestaron pacíficamente en octubre del 2019 votaron Rechazo en el plebiscito. Y quizás muchos de quienes en pleno estallido avalaron, aunque sea con su silencio, la destrucción y la violencia, dijeron basta.

-Kathya Araujo dice que no hay que confundir los procesos sociales con los procesos políticos- electorales. Los procesos sociales siguen su curso, ahora el tema es: ¿cuánto tiempo compramos con el Rechazo?

-Sería un poco menos tajante respecto de una supuesta autonomía de los procesos sociales. Por un lado, hay procesos de cambio social que no se explican sin su contexto político-electoral, y por otro, creo que una de las tareas fundamentales de la política es justamente encausar ciertos procesos de cambio social. Visto en esos términos me parece que no compramos demasiado tiempo con el Rechazo. Los problemas que afectan a la ciudadanía desde hace años, en salud, pensiones, seguridad, etc., no van a solucionarse sin política.

-Después del plebiscito la elite política dice: ‘la gente quiere una nueva Constitución, pero bien hecha’. Y pareciera más bien que la fiebre constitucional está a la baja. ¿Crees que la discusión constitucional sigue anclada en la élite?

-Yo tengo la impresión de que la demanda por una nueva Constitución siempre ha estado anclada en la elite y quizás en ciertos sectores medios. Si uno revisa las encuestas de opinión pública a comienzos del 18-O, no había una demanda fuerte por una nueva Constitución. El tema es que ahora tenemos un problema de legitimidad, y no es tan relevante a estas alturas si la percepción de ilegitimidad fue siempre transversal o si bien obedeció a cierta narrativa anclada en la elite política y cultural. En la vida social, las percepciones suelen ser más importantes que los hechos.

Entrevista por La Segunda a Matías Petersen, Investigador Senior de IdeaPaís, publicada por el diario La Segunda en la edición del 28 de septiembre del 2022.

Imagen: IdeaPaís