El viento de septiembre despejó la humareda que venía intoxicando la convivencia nacional hace ya demasiado tiempo. Luego de la derrota de la embestida refundacional, las celebraciones de la Patria y la familia reunida nos han dado el respiro que necesitábamos. Pero donde hubo fuego, cenizas quedan: El octubrismo dejó su rastro en nuestros espacios públicos. La vista y el hábito parecen acostumbrados al patrimonio rayado, las iglesias tapiadas, las rejas altas y los candados.  Cayendo el sol, las familias se repliegan de los barrios céntricos, los negocios cierran temprano y lo que antes era un sano pulular de vida citadina, hoy se parece al páramo desolador de una ciudad en guerra. Nos han quitado nuestros espacios de encuentro ¡Qué daño más grande al alma de Chile!

Nuestras ciudades, como la Patria, son fruto del esfuerzo colectivo de generaciones, por eso Gabriela Mistral alababa a sus formadores: “por ellos fue una ciudad cubriendo el llano y haciendo retroceder la guirnalda tenaz de la selva. Ladrillo a ladrillo, muro a muro, la ciudad fue naciendo”. Hoy vemos que la selva recuperó terreno sobre nuestras ciudades, pero no la selva virgen que menciona la poetisa, sino la selva del alma de una sociedad en la que el más violento impone su fuerza y suprime a los demás.

El principal responsable es el octubrismo y sus voceros políticos que profitaron de la anomia colectiva. Justificaron la violencia en aras de una pretendida dignidad, pero nos arrebataron lo más digno que teníamos, nuestros espacios comunes. Decían luchar para derrotar un modelo privatizador, pero privatizaron para ellos los espacios que eran de todos. Reclamaban que sólo unos pocos gozaban del desarrollo, pero destruyeron lo que el desarrollo brindaba a todos, especialmente a los más pobres.

No nos dejemos acostumbrar por este individualismo campante. La calle, la plaza y la ciudad son de todos y debemos recuperarlas. Los alcaldes, gobernadores regionales y el gobierno tienen en esto un desafío primordial. Si perdemos nuestros espacios comunes, dejamos de ser comunidad y pasamos a ser un montón de individuos que viven juntos por economías de escala. Inhumano.

Sepultada la refundación octubrista, ahora queda barrer las cenizas y recuperar los espacios comunitarios que su violento paso destruyó. Se trata de una tarea larga de reconquista y reconstrucción de confianzas. Y así como nuestros bosques se recuperan lenta y sostenidamente luego de un incendio arrasador, procuremos que nuestras ciudades recuperaren la vida, la belleza y la normalidad de una comunidad que se encuentra, cuidando lo que es de todos y dándole sentido a convivir en paz.

Columna por Juan de Dios Valdivieso, Director Regional de IdeaPaís en O’Higgins, publicada por el diario El Tipógrafo en la edición del 29 de septiembre del 2022.

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