¿Le ha costado al Rechazo administrar el triunfo? El desempeño de Chile Vamos luego del plebiscito ha sido especialmente criticado por diversas voces de derecha. Se le achaca a sus dirigentes, entre otras cosas, que se arrogaron la victoria, que su mediación significa “traición” ante el 62% que rechazó, y que le dan la espalda al pueblo al dedicarse a “cocinar” en lugar de promover otro un plebiscito de entrada que consulte si acaso Chile quiere o no una nueva Constitución.

Esto admite muchas discusiones que no son obvias. El alcance y los límites de las «bases institucionales» (ex «bordes») se siguen discutiendo; el rol que tendrá el aparentemente consensuado comité de expertos no es evidente; y si el órgano redactor se definirá democráticamente (todo apunta a que así será), no es claro cuál es el sistema electoral que evitaría los problemas que condujeron al desastre del 4S. Sin embargo, la discusión de fondo es acerca de la dirección hacia dónde los ganadores deben conducir sus acciones políticas. La respuesta de la pregunta inicial depende de qué se entiende que deben hacer los triunfadores.

Los partidos de Chile Vamos entendieron —con sus problemas internos y sus encantos naturales— que el compromiso era «Recházala por una mejor»: si gana el Rechazo, hay que hacer una buena Constitución. En consecuencia, la parte que a Chile Vamos le cabe en la gestión del triunfo no puede desconocer esa neurálgica definición. La administración que han hecho puede ser criticable por muchas razones, pero han evitado incurrir en lo que define de manera más precisa la palabra «traición», que es actuar en contra de la palabra empeñada.

Por otro lado, la administración de dicho triunfo no puede evaluarse a solo 40 días del plebiscito, pues caeríamos en la misma lógica cortoplacista que nos tiene donde nos tiene. Y tampoco puede hacerse bajo la premisa de que se deben imponer los propios términos, porque sería lo mismo que se criticaba al convencional Stingo —poner el pie encima de los derrotados—, lo que atenta directamente contra la pretensión de tener una “Casa de Todos”. Ganar en un debate constitucional democrático no puede significar borrar del radar al adversario.

«La oportunidad es histórica». Esta manoseada frase significa simplemente que la probabilidad de que se repitan las actuales condiciones para tener una constitución dotada de legitimidad es muy baja. Esas condiciones —que son fundamentalmente las lecciones del fracasado proceso de la Convención— no deben usarse arrebatadamente. Esto se trata de cerrar el capítulo constitucional de manera definitiva, con un producto sensato, con vocación de largo plazo, y sin exclusiones ex-ante. Los acuerdos transversales que suponen dicho resultado requieren de diálogo democrático y del abandono de escalas morales superiores que algunos declaran tener, que es lo que tiene paralizado a este país.

Columna de Cristián Stewart, Director Ejecutivo de IdeaPaís, publicada por La Segunda en la edición del 13 de octubre de 2022.