Una de las características que permitió al Presidente Boric posicionarse como uno de los políticos más competentes de su sector es su capacidad de revisar críticamente sus propias actuaciones, y de pedir perdón o cambiar de opinión cuando corresponda. Con todo, lo que sin dudas es una virtud como persona, puede transformarse en un vicio como Presidente de la República. En particular, los cambios discursivos de Boric tienen dos problemas: uno conceptual y uno práctico.
El problema conceptual es que la recurrencia del arrepentimiento termina por trillar y restarle valor a dicho acto. Si estos cambios de discurso fueran puntuales, la virtud personal se transformaría en un activo político. Pero al no ser excepcionales —recordemos, entre otros episodios, la aprobación de los retiros, el rechazo de las credenciales del embajador de Israel en Chile y las críticas hacia el Estado de Excepción en la macrozona sur— Boric desnaturaliza lo valioso que tiene el arrepentimiento, y lo normaliza como si cualquier actuación, por atroz que fuere, pudiese limpiarse a través de unas sinceras disculpas.
El último hito fue su cambio de tono sobre la figura del Presidente Aylwin. Si en 2016 Boric señaló que él no se encontraba entre aquellos que valoraran las virtudes, el legado y la estampa de demócrata ejemplar de Aylwin, hace unos días solo tuvo elogios hacia su testimonio. Aunque esto es positivo, sorprende la ligereza con que abandona una crítica lapidaria hacia Aylwin, “los 30 años” y la política de los acuerdos, pasando a loas como si nada.
El segundo problema puede denominarse «discursismo»: los cambios de opinión de este Gobierno no conllevan acciones concretas. Un ejemplo son sus declaraciones en La Araucanía. Luego de reconocer que ahí hay actos terroristas, no demoró en aclarar que no aplicará la ley antiterrorista, transformando rápidamente sus dichos en expresiones vacías. Aunque el papel aguanta cualquier voltereta, los problemas que como Presidente debe resolver requieren mucho más que cambios retóricos. Gobernar no es solo prosa. Los cambios discursivos sin acciones no hacen políticas públicas ni modifican realidades.
En suma, al abusar del recurso del arrepentimiento sin proponer agendas moderadas concretas, el Gobierno profundizará aún más las diferencias internas de sus coaliciones. Incluso podría pensarse que el «discursismo» es la forma que Boric encontró para calmar aguas: con el cambio de narrativa gana Socialismo Democrático, y con su inacción respecto a esos cambios, gana Apruebo Dignidad —aunque eso implique la renuncia que más le duele al Frente Amplio: la derrota ideológico-cultural, traducida en no atacar a los 30 años, ni a la Teletón, ni a la mano dura contra la delincuencia, ni a los estados de excepción en la macrozona sur, entre varias moderaciones—.
La pregunta es si eso permite gobernar y sacar adelante programas. La respuesta es no.
Cristian Stewart, Director Ejecutivo de IdeaPaís, publicada por Diario La Tercera en la edición del 07 de diciembre de 2022