Esta semana fue nuevamente noticia que un profesor fue rociado con líquido acelerante (curioso eufemismo para describir un intento de quemar a alguien) en el Liceo de Aplicación.

Ante la situación de violencia que se mantiene en varios establecimientos desde hace un tiempo, el gobierno ha impulsado un necesario plan para recuperar los “centros educativos como lugares seguros”. Ello urge, pero ¿no estaremos solamente ante la punta del iceberg?

En efecto, es necesario que este plan sea capaz de dar cuenta de los profundos problemas que en educación abundan desde hace larga data, y que han echado raíces difíciles de remover a la brevedad. Por mencionar algunos: la crisis de autoridad profunda, la falta de involucramiento de la familia, que en parte pasa por su deterioro y el olvido del rol de los padres como primeros educadores, y la violencia escolar (como la mencionada) en escalada.

Si bien es cierto que no todas las medidas pueden hacerse cargo de todo, parece recomendable incorporar algunos aspectos fundamentales entre las líneas de acción: fortalecer a los profesores como figuras de autoridad, empoderar a directivos, asimilar y restituir a la familia su rol vital en la ecuación. Si se desatienden estos pilares, cualquier solución inmediata arriesga cojear al poco andar.

José Miguel González es Director de Formación de IdeaPaís. Columna publicada en el Diario La Tercera, el 06  de octubre.