La centroderecha ha tomado la decisión de honrar su compromiso, y continuar en el camino hacia una nueva constitución. Es una decisión que desconcierta a sus bases y electores, pues ello volvería a poner en riesgo todo lo que se salvó hace cuatro semanas. Algunos dicen que se trata de una traición, de un signo de debilidad o de una rendición cultural ante un adversario que perdió inapelablemente. Todo configurado en medio de una cocina rancia y “de espaldas a la ciudadanía”, como dice un diputado boxeador. Yo pienso que lo que está haciendo ChileVamos es, diametralmente, todo lo contrario.
En las últimas décadas, la centroderecha cultivó una cultura dañina para el éxito de su proyecto político: no mostrar mayor incomodidad por la mantención del status quo. Sin un ánimo reflexivo y dinámico por ofrecer a tiempo soluciones serias a los problemas sociales que se incubaban en Chile, sus políticos y partidos dedicaron buena parte de su tiempo —y sin muchas herramientas— a contener agendas ajenas cuando ellas les reventaban encima. Sin embargo, las definiciones que ha tomado dicho sector político desde el plebiscito de salida a la fecha podrían marcar un punto de inflexión en este sentido. Y la primera tarea comienza en su casa: convencer a los propios de que Chile tiene un problema constitucional que debe resolverse ya.
Para hacer eso, la trayectoria recorrida desde el 4 de septiembre debe perfeccionarse, o quizás matizarse. Pero no debe cambiarse. Hayan tirado o no el «tejo pasado» con el controvertido documento de «bordes», ChileVamos está haciendo lo que se espera de los políticos: conducir de acuerdo a su visión política. En lugar de someterse acríticamente a los designios de las encuestas, hacen lo que consideran correcto, que en este caso es construir una constitución donde no se excluya con matonaje las ideas de nadie. Interpretar que los límites propuestos (algunos, excesivos) son «condiciones intransables» implica desconocer no solo que en política las negociaciones son sobre cuestiones así de concretas, sino también que ellos responden al deber que tiene la centroderecha de representar a sus huestes ante los temores que el proceso fallido produjo sin tapujos.
La política consiste más o menos en eso. En mediar entre la ciudadanía que se pretende representar y los principios que inspiran su acción. Traición es otra cosa. Traición es renunciar a la política como medio de conducción. Es renunciar a honrar los compromisos, para guiarse toscamente por las encuestas. Si la política consistiera en seguir encuestas, jamás podremos contestar inteligentemente las preguntas que más nos preocupan, cuyas respuestas suelen ser complejas, y a ratos contraintuitivas. Y la pretensión de tener políticos formados, que velan por el bien común y que son capaces de dialogar genuinamente desde una identidad clara, se transformaría en algo sumamente irrelevante.
Columna de Cristián Stewart, Director Ejecutivo de IdeaPaís, publicada por La Segunda en la edición del 29 de septiembre de 2022.