Comúnmente, solemos emplear con irresponsable liviandad la categoría “clase media”. De forma intuitiva, lo comprendemos como aquel amplio y etéreo segmento de la población que, tras años de modernización y progreso económico, ha alcanzado un estándar medio de bienestar. Sin aspiraciones más grandes que la casa propia, el título universitario o un empleo estable, la clase media divagaría en el sueño de progresar y alcanzar un mayor nivel de bienestar para su familia. Pero lo cierto es que esta concepción de lo que consideramos “clase media” representa más bien a una del siglo XX, la cual se encuentra hoy sin vigencia.
Cuando observamos los datos y caracterizamos a esta clase media, nos damos cuenta de que, en realidad, se compone en su inmensa mayoría por hogares que más que soñar con logros como los recién descritos, vive en la angustia constante de caer en la pobreza. Se trata entonces de un segmento sumamente frágil que, habiendo logrado transitar de un estado de pobreza a uno un poco más promisorio, no logra eximirse de los riesgos de que cualquier vaivén económico, catástrofe —como sería la enfermedad o muerte de algún familiar— o incluso la vejez misma lo devuelva a la pobreza.
El reciente estudio de IdeaPaís, titulado “Zoom a la Clase Media Chilena”, pone de manifiesto este diagnóstico. En efecto, esta clase media frágil —la cual representa el 41,3% de los hogares— cuenta con indicadores laborales, educativos, habitacionales y de salud que, en reiteradas ocasiones, se asemejan más a la realidad de los sectores pobres que al resto de los segmentos medios. Se trata de un grupo que muestra altos niveles de desocupación e informalidad laboral, que percibe bajas pensiones de vejez, que alcanza una escolaridad promedio similar al de los estratos más bajos, que declara niveles excesivos de endeudamiento y que reporta altos niveles de carencias habitacionales.
Reflexionar en torno al malestar que se anida en esas familias es hoy un imperativo para quienes piensan al país de las próximas décadas. En consecuencia, vemos que en este segmento socioeconómico, más que sueños, hay pesadillas. Relegar entonces a esas cientos de miles de familias de la discusión pública y condenarlas al olvido, representaría una desconexión total de la realidad chilena y podría suponer la incubación de nuevas bases para otro colapso social, como el que vivimos el pasado 2019. En ese sentido, urge relevar aquellas necesidades que permanecen escondidas de la discusión y pensar con altura de miras una agenda que atienda de forma integral dichas necesidades.
Juan Pablo Lira es investigador de IdeaPaís. Columna publicada en El Dínamo, el 24 de julio.