Los resultados de la Encuesta Bicentenario ponen de relevancia muchos asuntos sobre los que es necesario reflexionar. Me concentraré en uno de ellos: el 91% de los encuestados considera que su fuente de identidad principal es la familia. Quienes pensamos que la familia es la base orgánica de toda sociedad no lo hacemos por capricho moral ni por una obsesión ideológica, sino por lo que nos indica la realidad. La familia es un espacio que nadie puede reemplazar —ni un Estado social ni las más calificadas fundaciones expertas en estas materias— porque las operaciones fundamentales de la sociedad se realizan en ella. Es en la familia donde encontramos el origen de la vida social, con los hermanos, nuestros padres, y el resto de los familiares cercanos. Es en ella donde se transmite por primera vez la cultura y principios necesarios para vivir «a través» de las relaciones sociales que nos rodean, desde las cuales construimos nuestra identidad personal: cuando nos presentamos, decimos que somos hijos, esposas, maridos, hermanos, sobrinas (el individuo aislado es, en algún sentido, una abstracción). Es en la familia donde desarrollamos tanto la individuación como la sociabilidad del ser humano.

Pero lejos de hacer una lectura mezquina y estéril del dato citado arriba —como diciendo “teníamos razón”— esto confirma un desafío mayúsculo: la política debe entroncarse desde la familia.Hoy las familias chilenas no la tienen fácil. Y no me refiero solamente a las circunstancias actuales de la delincuencia, el costo de vida o el narcotráfico, sino a los cambios culturales modernos que han afectado directamente a la estructura familiar: atomización, secularización, y un creciente desarraigo de todo lo dado y de toda la herencia cultural recibida. Estos fenómenos han devenido en una creciente desafección de las personas frente a diversas formas de pertenencia: organizaciones sociales, creencias religiosas y la actividad política.

Si la familia es importante para la mayoría nosotros, como sugiere la encuesta Bicentenario, es fundamental fortalecerla. Ella no se basta por sí sola. Una sociedad es frágil cuando los niños tienen cada vez menos hermanos —con estructuras paternales débiles o prácticamente disueltas— constituye un obstáculo para que ella muestre su pleno potencial. Si no disponemos de un espacio que le brinde a los niños ese tipo de interacciones, sumado a papás y mamás trabajando lejos y con un espacio público peligroso, el encierro (en ellos mismos) termina siendo el único espacio para intentar responder a la pregunta de «quién soy». Si la política afrontara todos los temas desde la pregunta «¿cómo hacer más posible la vida familiar en Chile?», quizás habría mayor consistencia entre lo que declaramos y lo que decidimos hacer.

Cristián Stewart, director ejecutivo IdeaPaís, publicado por diario La Segunda edición 28 de abril.