El CEO de Ikea, Jon Abrahamsson, estaba nervioso. Mario Marcel también. “¿Cuántos memes irán a circular?”, se preguntaban. Y es que para cualquier observador atento, la imagen del titular de Hacienda cortando la cinta de inauguración de una empresa tan emblemática como controversial tiene tintes surreales. Guste o no, la llegada de Ikea ilumina cosas interesantes y profundas sobre nuestra vida social y política.
En primer lugar, Ikea se nos presenta como ejemplo de un capitalismo moderno y socialmente responsable, en formato “hágalo usted mismo”. En efecto, una de las genialidades empresariales de Ikea consiste en haber logrado diseñar muebles de calidad, asequibles, y que nos hacen sentirnos partícipes del proceso de producción. Es como si estuviéramos comprando algo semejante a un gran trabajo de artesanía, pero infinitamente más barato. Este efecto se potencia, al menos en parte, por el hecho de que es uno mismo quien debe armar los muebles.
Tan profundo es este efecto fetichista que la rama de la sicología que se dedica al estudio del comportamiento de los consumidores ha bautizado un sesgo cognitivo con el nombre de la multinacional sueca. El “efecto Ikea” no es otra cosa que estar dispuesto a pagar considerablemente más por un producto que, al menos en parte, uno ayudó a fabricar (algunos estudios sugieren que estamos dispuestos a pagar hasta un 60% más). Dicho efecto, sin embargo, esconde la clave del éxito de Ikea: la reducción considerable de costos de almacenamiento y ensamblaje de muebles.
En segundo lugar, Ikea nos recuerda algunas de las contradicciones del capitalismo nórdico, aquel al que muchos en la izquierda contemporánea miran como ejemplo. Ikea se presenta a sí misma como un elemento de cohesión social y democratización de las naciones donde aterriza. En su famoso ‘Testamento de un vendedor de muebles’, el fundador de Ikea, Ingvar Kamprad, sugiere que cuando su filosofía empresarial se aplique a escala mundial, mejorará la vida cotidiana de una inmensa mayoría. El texto abunda en palabras como simplicidad, autenticidad y comunidad. Es fácil olvidar que el manifiesto de Kamprad se refiere a una empresa de muebles y no a un movimiento religioso o político que espera salvar a la humanidad de las tentaciones del subdesarrollo. Los escándalos en los que se ha visto envuelta tanto Ikea como su fundador contrastan con el optimismo casi teológico del ‘Testamento de un vendedor de muebles’.
Algo del contraste entre la épica democratizadora de la empresa y su eficiencia productiva estremecedora ocurre con el estado de bienestar sueco. Si atendemos al retrato magistral de Erik Gandini en el documental “La Teoría Sueca del Amor”, el estado de bienestar sueco se funda en parte importante sobre la idea de que las relaciones humanas basadas en la dependencia y la subordinación conducen a la inautenticidad, y que la igualdad y la autonomía son condiciones previas para el amor y el afecto genuino. Este individualismo estatista entrega servicios públicos con una eficiencia que abruma a muchos países, erosionando de paso lo poco que queda en las sociedades modernas de auténtico tejido social. Al igual que Ikea, el estado de bienestar nórdico no se presenta como tal, sino que disfraza su naturaleza con adornos que apelan a la solidaridad y el cuidado.
Finalmente, Ikea nos revela, a través de algo tan sencillo como el armado de muebles, que los cambios estructurales que promueve el Gobierno no se pueden hacer a la ligera. El mismo ministro Marcel hizo reír a los asistentes a la inauguración recomendando a todos leer con atención las instrucciones para no “tener que volver a empezar como me tocó hacerlo un par de veces”. Armar un mueble es muy distinto a llevar adelante una serie de reformas sociales estructurales, pero la analogía es sugerente. Las instrucciones son a los muebles lo que las reglas del juego político son a ese Chile nuevo con el que sueña la nueva elite gobernante. Es probable que la euforia con la que hemos recibido a Ikea en Chile dure lo mismo que los altos niveles de aprobación que tuvo esa elite durante sus primeros días en La Moneda. Y en esto la lección de Ikea es de manual, y apunta a que quienes quieren hacer de Chile un estado de bienestar a la nórdica deben hacer las cosas muy bien. El desempeño actual del Gobierno deja mucho que desear en este sentido. Si las cosas siguen su curso natural, todo indica que tendremos que “volver a empezar”, como le ocurrió más de una vez al Ministro de Hacienda.
Columna por Matías Petersen, Investigador Senior de IdeaPaís, publicada por Tercera en la edición del 11 de agosto de 2022.
Imagen: IdeaPaís