A tres años del Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución, ni la una ni la otra han llegado, y quien conduce al país se muestra cada día más errático; a fin de cuentas, con el rechazo del plebiscito se rechazó también su proyecto refundacional, dejando al presidente y su gobierno en una zona gris. Y lejos de la reacción esperable para retomar el rumbo, la porfía les impide salir del aturdimiento para dar con la conducción de las complejas crisis que vivimos.

Por una parte, alcanzar la paz, de por sí una tarea compleja, se vuelve aún más difícil en un gobierno que aunque hoy se declare unos “perros” contra la delincuencia, sus personeros azuzaron la violencia con fuerza antes de llegar al poder. El presidente avanza zigzagueando, buscando atender la urgencia social al mismo tiempo que intenta no perder el favor de sus nichos de aprobación. Reconoce el terrorismo en la Araucanía, pero declara que no hará uso de la ley antiterrorista. Anuncia acuerdo por la seguridad, pero es dentro de su misma coalición donde hay mayor oposición.

En la agenda por la nueva constitución, el panorama no es muy distinto. Después de abrazar la Convención fallida, el gobierno ha transitado desde la premura de querer “bailar cueca con el acuerdo cerrado” hasta la inacción actual que sólo espera que se enfríe más y más el asunto constitucional, a ver si así se evita una nueva derrota electoral o se pudiera culpar a la derecha de un fracaso del proceso.

La convicción nunca fue por el cambio constitucional, sino por la refundación. La violencia se justificaba si nos llevaba a una nueva constitución, y esta última se justificaba si nos llevaba a la refundación. Así, primero se sacrificó la paz y ahora, derrotada la utopía, cuando el proceso promete tener resguardos de mesura, entonces ya no es funcional al proyecto frenteamplista. ¿Cómo alcanzar la paz y la nueva constitución si ambas parecen no ser más que piezas secundarias, peones sacrificables en el tablero del todo o nada refundacional?

Muerto el caballo de batalla, el desvarío aún gobierna a nuestras autoridades, las que intentan calmar a la opinión pública con una fórmula ya desgastada: una declaración por acá, un símbolo por allá, y una nueva contradicción que complace a un ala del gobierno mientras encabrita a la otra. Así es la realidad paralela de una generación política que creyó que gobernar era sólo relatar. Pero el relato se le vuelve inconsistente cuando la realidad se les aparece. Su desconexión de nacimiento les impide reconocer derrotas y ver que más allá de las intrigas palaciegas de coaliciones, “almas” y analistas políticos, la violencia asola el país que ellos gobiernan.

Aunque el mismo presidente ha corroído el valor de la palabra, no queda otra que esperar que algo de todo lo dicho adquiera significado real. A ver si después de todo lo aprendido, en verdad les interesa (y ponen los medios para lograr) la paz y las mejoras constitucionales que nos permitan retomar la senda del progreso y la convivencia democrática.

Juan de Dios Valdivieso, Director Regional de IdeaPaís en O’Higgins, publicada por Diario Sexta Región en la edición del 19 de noviembre de 2022