Cada fin de año, al mismo tiempo que nos sumergimos en la vorágine laboral, familiar y comercial acostumbrada, resuena en alguna parte de nosotros un mensaje contradictorio con todo ese ajetreo: un niño en un pesebre, un pastor pobre tocando su tambor, un canto “zapallos le traigo…”, y todo un conjunto de elementos sencillos entonados en simples versos infantiles.
¡Cuánta sabiduría hay en esos villancicos! Y es que ese Niño Dios, eligiendo hacerse el más pobre de los hombres, nos da la mejor lección de humanidad que podamos recibir. Pero cada Navidad parecemos querer acallar su mensaje bajo el pretexto de celebrar precisamente su fiesta. ¡Qué contradictorios somos y qué acomplejados parecemos de nuestra riquísima cultura occidental cristiana! Es un niño en un pesebre el que marca no solo esta fecha, en realidad todas las fechas, contamos los años desde ese acontecimiento, nombramos a nuestros hijos con los nombres de los seguidores de ese Niño y las ciudades a las que pertenecemos llevan esos nombres también.
La acometida de lo material, el éxito individual y el pretexto de la tolerancia nos ha llevado a esconder nuestras raíces como si no fueran la base de nuestra identidad. Pero ahí están, sin ofender a nadie, recordándonos que somos seres imperfectos, que necesitamos de los demás, y que venciendo el individualismo es como encontramos nuestra mejor versión.
El mensaje cristiano nos humaniza. ¿Cómo veríamos la pobreza que vuelve a tocar la puerta, la marginalidad de la inmigración, los niños ausentes de la escuela y el abandono de los adultos mayores si Cristo no nos hubiera conminado a ver en ellos a nuestros hermanos y a Él mismo? Quizás serían problemas políticos de ciertos partidos, agendas particulares según los intereses de un sector o de otro. Y a veces, tristemente, eso es lo que parecen.
Escuchemos con atención un par de villancicos, esos que con imaginación infantil mezclan elementos de nuestra tierra con los de la lejana Belén de hace más de dos milenios. Ahí sí hay verdaderos regalos que se ofrecen al Niño Dios: el trabajo del año representado en las primicias de las cosechas; el reconocimiento de la propia identidad en el “yo vengo de” (tantos pueblos chilenos tienen su propio villancico). En fin, en el pesebre está la humildad y sencillez que nos enseñaron nuestros padres, abuelos y profesores. En el pesebre está lo mejor de nuestra humanidad.
Juan de Dios Valdivieso, Director Regional de IdeaPaís O´Higgins, publicada por diario El Tipógrafo en la edición del 22 de diciembre de 2022