La aprobación del aborto de niños con síndrome de down en Inglaterra y la discusión que se ha generado en nuestro país, parece ser un nuevo capítulo de “Un mundo feliz” de Aldus Huxley. Un relato sobre un mundo moderno y futuro que, en su afán por alcanzar la perfección y la felicidad, terminó por eliminar todo vástago de humanidad mediante la fabricación de personas sin imperfecciones, eliminando los lazos personales y suprimiendo los sentimientos para evitar toda posibilidad de sufrimiento.
La novela plantea una reflexión profundamente existencialista y plenamente vigente hoy en día; ¿vale la pena sufrir? ¿debe el Estado – y nuestro ordenamiento jurídico – evitar el sufrimiento de las personas? Para algunos, el Estado no debiera obligar a nadie a sufrir contra su voluntad. Por ello, frente a situaciones complejas, como la de un niño no nacido que es diagnosticado con síndrome down, el Estado debiera dar salidas alternativas para evitar por una parte el sufrimiento de ese niño enfermo y, por otra, el sufrimiento de la madre que deberá cargar con un niño que requiere de mayores atenciones, mayores recursos, y que posiblemente será siempre dependiente a ella. Con mayor razón si además consideramos que ese niño no nacido no es persona. ¿por qué entonces hipotecar mi felicidad con una carga futura?
Si efectivamente el Estado debe evitar el sufrimiento, entonces entremos a discutir fríamente por qué discriminamos a niños que son portadores de trisomía de cromosoma 21 y no a otros que tienen otras condiciones. ¿Sufre más una madre con niño síndrome de down que aquella que tiene un hijo con alguna enfermedad mental o motora? ¿cómo medimos qué sufrimientos vale la pena evitar o cuál madre sufre más?
El asunto es sin duda complejo, sin embargo, Huxley ya lo adelantaba en su novela, un mundo feliz no es el que está exento de sufrimientos, pues sufrir es algo propiamente humano. Además, ¿es posible realmente garantizar un mundo sin sufrimientos? no cabe duda, es imposible.
Lo que sí es posible para el Estado es promover una sociedad solidaria, que supere el individualismo y la fragmentación que llevan a la soledad y desamparo generando con ello mayor sufrimiento a las personas, volviendo aún más difíciles los desafíos propios de la vida. En este sentido, el Estado desarrollar políticas que logren robustecer el tejido social, las familias, las comunidades, así como también políticas efectivas para el apoyo y cuidado de ellas, de manera que tener un hijo con síndrome de down, o cualquier otra situación no se convierta en una carga imposible de sobrellevar.
Lamentablemente resulta más fácil y barato para el Estado avanzar en la sociedad del descarte tomando como excusa evitar el sufrimiento de algunos. Es de esperar que en nuestro país prime la humanidad y en vez de seguir avanzando en leyes abortivas, avancemos en una sociedad del cuidado donde se ponga al centro a la persona independiente de su condición, si está aún en el vientre materno, si ya nació, cualquiera sea su sexo, raza, etc.
Magdalena Vergara, Directora de Estudios de IdeaPaís, publicada por diario El Libero en la edición del 11 de diciembre de 2022