El anteproyecto de la Comisión Experta consagra ocho deberes constitucionales que han generado cierta inquietud entre quienes promueven un pensamiento liberal o defienden la pureza de las constituciones modernas en su función de ser solamente límites al Estado. Ello, a pesar que la constitución vigente, aunque de forma disgregada, contempla deberes como el que tienen todos los ciudadanos de respetar la Constitución y las leyes, contribuir al financiamiento de la nación, o prestar el servicio militar.
Lo novedoso es su consagración ordenada y la incorporación de nuevos deberes como el comportarse fraternal y solidariamente; preservar el patrimonio ambiental, cultural e histórico de Chile; proteger el Medio Ambiente; asistir, alimentar, educar y amparar a los hijos, así como ellos respetar a sus padres, madres y ascendientes, y de asistirlos, alimentarlos y socorrerlos cuando éstos los necesiten y, el deber de toda persona, institución o grupo debe velar por el respeto de la dignidad de los niños.
Incorporar un título de deberes, permite volver a darle relevancia a lo que parecía un concepto en extinción. Basta recordar la polémica luego de que Sergio Micco, en pleno estallido social, manifestara que “no hay derechos sin deberes”, comprendiendo que no es posible la realización de los derechos sin una mirada colectiva de los mismos. Definir deberes en nuestra constitución permite un contrapunto a la exacerbación de la cultura de los derechos, donde todo pasa a ser un derecho que puede ser exigido en justicia, alejándose de la tentación en las que cayó la fallida propuesta, que hablaba más de 400 veces de derechos y la mitad de veces de deberes.
El problema de elevar -o reducir- todo a un lenguaje de derechos, es que se exacerba la dimensión individualista de los mismos, olvidando los vínculos sociales y los deberes mínimos que se requieren entre los integrantes de una comunidad para garantizar los mismos derechos. El Estado es quien pasa a ser el principal protagonista, como ente proveedor de los mismos, en una especie de relación clientelar directa con las personas.
Hablar de deberes, comprende que vivir en comunidad no es sólo convivir, sino que también trae aparejada la responsabilidad en la búsqueda y alcance del bien de todos. Permite entender de mejor forma las obligaciones propias de ciertas instituciones, como la familia, y la relevancia de su apoyo por parte del Estado, sin sustituirlas. Así como también que un Estado social no es un Estado clientelar, sino uno que en primer lugar, vela por la vitalidad de la sociedad civil, en cuanto no es posible fomentar el bienestar de las personas dejando a las mismas personas y a la sociedad al margen.
Si consideramos que parte de la crisis que enfrentamos tiene que ver con la fragmentación social de una sociedad cada vez más individualista, entonces la incorporación de ciertos deberes, que buscan recuperar la amistad cívica, la solidaridad, de recuperar y poner en el debate las obligaciones familiares, como los deberes de los padres hacia los hijos, frente a la realidad de papitos corazón, o de los hijos hacia sus padres, frente a la soledad de adultos mayores, parece ser un paso relevante para que el pacto político y social sobre el cual organizamos nuestra sociedad, tenga como horizonte recuperar a la comunidad, que tal como ha dicho Joaquín García Huidobro, es la palabra que nos falta.
Magdalena Vergara, directora de estudios IdeaPaís, columna publicada por medio El Líbero en la edición 31 de mayo.