No era difícil imaginar que la comida de desagravio hacia Giorgio Jackson estaría cargada de elogios. “Eres lo mejor de los nuestros”, le dijo el Presidente. Es que el gobierno necesita darse fuerzas para enfrentar los 900 días que le quedan de mandato.
No obstante, parece que la lectura que tienen de su gestión dista de la visión de la mayoría de los chilenos. Se dan espaldarazos entre compañeros de lucha para continuar sus transformaciones, como si poco hubiese ocurrido. Solo así es posible comprender la minuta que dice que la salida de Jackson obedece a un “repliegue táctico”.
El gobierno puede tomar dos actitudes en el tiempo que le resta. La primera es persistir en ser la continuidad del gobierno de Allende, lleno de una retórica de reformas estructurales para seguir inflándole el pecho a su 30%. La segunda es optar por romper la inercia, con una agenda menos ambiciosa pero que ve luz al final del túnel, donde su legado sea su capacidad articuladora para que Chile aborde las urgencias sociales en lugar de seguir posponiéndolas. Si toman el segundo camino, la clave está en traducir esa capacidad en una colaboración productiva.
Colaboración para sacar adelante el plan de emergencia habitacional. Para resolver la bomba instalada en el corazón de las isapres, cuya explosión le traerá muchos más problemas que los nimios éxitos simbólicos que podría reportarle. Para tener un proyecto definitivo en pensiones. Para enmendar el dramático retroceso (acá sí corresponde la palabra) que sufrimos en educación. En fin, colaboración para revertir la crisis económica que hipoteca nuestro desarrollo social, e ingresar los restantes proyectos de ley sobre seguridad, la primera prioridad de los chilenos.
El mejor legado que puede dejar el presidente Boric es superar la etapa de la crítica frenteamplista, y pasar a una de colaboración que alcanza acuerdos. Pasar desde criticar a hacer propios los consensos que detestaron en la transición democrática. Sería su propia transición. Aunque implique llegar a subóptimos con color y olor de sus adversarios. Ello requiere restablecer los dañados lazos con la oposición luego de su obtusa agenda de los 50 años, y enfocarse más en el problema concreto, no en la solución abstracta, para abrirse a nuevas posibilidades.
Si el gobierno hace su propia transición, los 900 días pueden ser una oportunidad en lugar de un lastre. Veremos.
Cristián Stewart, Director Ejecutivo de IdeaPaís, carta publicada por La Tercera en su edición 16 de septiembre.