Señor director:
Hay un profundo y silencioso deterioro de las instituciones culturales en Chile. ¿Ejemplos recientes? Museos y bibliotecas públicas con horarios imposibles y reducción de personal, la brutal crisis económica de TVN, y los problemas de gestión del Bafona, por mencionar algunos.
Como la cultura siempre ha sido el pariente harapiento de la política de izquierdas y derechas, nada pasa de una nota en la prensa. En tiempos donde lo utilitario e inmediato prima, es difícil que las altas esferas se preocupen de algo tan amplio e intangible como la cultura. Lo que no ven es que en esta arena se juega mucho, o todo.
Al final del día toda persona conserva y resguarda con profundo celo su identidad y ella se conjuga, en parte, gracias a la cultura común, preservada por instituciones como las antes mencionadas. Apostar en patrimonio es, por ejemplo, invertir en seguridad, puesto que ella aporta ciudades más armoniosas. De la misma manera, apostar en la cultura, es confiar en el enriquecimiento de una educación más integral de los proyectos educativos.
Lo anterior no es solo tarea del Estado, sino también de la sociedad civil. En España, Argentina e incluso en algunas agrupaciones chilenas, existe el modelo del club de amigos de tal o cual museo, teatro, etc. En éste, empresas, medios de comunicación y personas naturales se hacen parte integrante del proyecto cultural aportando recursos, enriqueciendo las exposiciones y fortaleciendo el vínculo con la sociedad. Lo anterior no es nuevo, pero implica tareas comunes a largo plazo: descomprimir la burocracia estatal estancada en permisología y confianza basada en la transparencia de los proyectos.
José Manuel Cuadro es coordinador área editorial de IdeaPaís. Carta publicada en La Tercera, el 7 de agosto.