Al reflexionar sobre “los jóvenes de hoy”, vemos entrecruzadas un sinfín de variables, apareciendo rasgos que en definitiva son de toda juventud –reflejo quizás de una naturaleza humana invariable en lo sustantivo– así como cuestiones que podrían ser particulares de una generación.

En el caso de las nuevas generaciones, hay algunos fenómenos que han debido enfrentar con especial acento y excepcionalidad -en comparación a otros tiempos-, siendo uno de esos casos el de la digitalidad en sus diversas expresiones.

Desde temprana edad los jóvenes interactúan con lo digital. Desde el celular o la televisión cuando sus padres se ven superados, pasando por las redes sociales y diversas plataformas y aplicaciones que forman parte de nuestro quehacer diario.

Desde luego existen varias bondades que debemos a la digitalidad: la posibilidad de interactuar con quien tenemos lejos, herramientas múltiples, mayor información, eficiencia, accesibilidad, etc., son algunos entre muchos otros parabienes. Pero para las mentes más jóvenes –sobre todo en edades en que el cerebro desarrolla su potencial con más proyección y se cultivan los músculos sociales con mayor impacto– lo digital abunda en riesgos de no menor proporción.

En primer lugar, está el fenómeno de la inmediatez. Ya sea para acceder a algún contenido, pedir comida, o simplemente quedarnos pegados ante cientos de reels o tiktok por horas, vivimos con fuerza el impacto de una cultura de lo inmediato e instantáneo. Eso puede contribuir a edificar una mentalidad acorde con ese tipo de expectativas: lo quiero ¡ahora ya!, sin espera ni mediación. El problema se genera en el choque entre esas expectativas propias de  una mentalidad generada en base a esta inmediatez, por un lado, con una vida en sociedad y en democracia, por el otro, que nos acostumbra a la espera, tolerancia, mediaciones y procesos.

Segundo, cabe pensar en el fenómeno de las redes sociales en cuanto formas de sociabilidad. Si bien algo aportan en esa línea, todo indica que lo hacen como meros sucedáneos de la experiencia de interacción presencial, entre humanos de carne y hueso. El peligro está en acostumbrarse al sucedáneo y sus bondades, entre las cuales estaría la posibilidad de mostrar una “segunda cara”, calculada para “vendernos” en una versión lo más atractiva posible. Se fomentan de esta manera formas de vinculación social caracterizadas por mayor instrumentalidad. En el contacto presencial, en cambio, nos encontramos como seres humanos complejos, de múltiples dimensiones, tanto con nuestras virtudes como carencias. Si queremos construir relaciones y comunidades sólidas, para compartir la bonanza y apoyarnos en la necesidad, un mundo digital que favorece la instrumentalidad no parece ser el ámbito adecuado, Una buena muestra de estos contrastes fue el encierro abrupto y forzado de la pandemia: se notó con claridad ahí que algo habíamos perdido que era fundamental.

Un gran hilo conductor de estos fenómenos es la liquidez –siguiendo a Zygmunt Bauman– de nuestro mundo de hoy, caracterizado por lo efímero, cambiante y fragmentado. Pero si queremos comprender a nuestros jóvenes a cabalidad no podemos limitarnos a observar críticamente dicha sensación de falta de asidero, sin adentrarnos en la pregunta, por ejemplo, sobre si no existirá detrás de ello el mismo anhelo de pertenencia y arraigo que a todo humano ha caracterizado hoy y siempre, solamente que se ve expresado en una búsqueda y exploración que no tiene por qué conducir a las mismas respuestas de antes, ni tampoco tenerlas claras todavía.

Sobre esto y muchos otros temas de la época atingentes a los jóvenes de hoy escribimos en IdeaPaís en nuestra última revista Raíces titulada “dilemas de la juventud”, publicada digitalmente. 

Se trata de un humilde esfuerzo por comprender el mundo que enfrentan las nuevas generaciones, como primer paso para poder hacernos cargo, quienes trabajamos en la formación de jóvenes, del mayor despliegue posible de su potencial.

José Miguel González Zapata, es Director de Formación de IdeaPaís. Carta publicada en El Rancaguino, el 21 de septiembre.