Le pregunté a ChatGPT en qué año se extinguiría Chile si la tasa de natalidad continúa disminuyendo anualmente en 0.01 hijos por mujer, manteniendo constante otros factores significativos, como la mortalidad, inmigración y, por cierto, las políticas pronatalidad. La respuesta: 157 años. Esto es en 2181. Es decir, entre 5 y 6 generaciones más.
Obviamente el ejercicio es en parte una humorada y no pretende ser utilizado como un dato certero, pero ayuda a ponerle más concreción a la crisis de natalidad y el carácter urgente y prioritario que debiese tener. Pero deja de ser tan gracioso si pensamos que desde la última medición estamos en 1.3 hijos por mujer, muy por debajo del 2.1 de reemplazo. Para hacerse una idea de lo que esto significa, el Instituto Max Planck (Alemania) usó modelos informáticos para observar los cambios en las relaciones familiares de las mujeres. Si en 1950 el promedio mundial para una mujer de 65 años era de 41 parientes vivos, para 2030 se estima que tenga 25. Peor aún, es más probable que tenga abuelos vivos que sobrinos o nietos. Además, si en 1960 había en promedio seis contribuyentes por cada pensionado, se estima que en 2050 haya un poco más de un contribuyente por pensionado.
En Chile, de acuerdo a cifras del Registro Civil, en el 2023 se registraron 173.920 nacimientos, la cifra más baja en una década y se espera que para este año la proporción de personas mayores sea superior al porcentaje de menores de 15 años. De alguna manera, esto no es noticia, es solo la confirmación de lo que ya hemos estado constatando en los últimos años: las mujeres en edad fértil no están teniendo tantos hijos como antes. Esto, a todas luces, es una crisis peor que la pandemia y, si algún interés hay en tener un país próspero, en consecuencia la opinión pública en general debería estar apoyando la natalidad y nuestra clase política ideando políticas que la promuevan.
La necesaria agenda pronatalidad evidentemente debe preguntarse qué hay detrás de estas cifras. Aún así, es imposible atribuir una sola causa a este fenómeno. Casi ningún fenómeno la tiene y este no es la excepción. Sin embargo, es interesante observar dos razones que se enarbolan habitualmente. La primera es la inseguridad financiera a la que los jóvenes estarían expuestos. La segunda es el aumento de opciones de vida adulta en comparación con nuestros padres o abuelos. En otras palabras, si antes la vida consistía más o menos en crecer, estudiar, trabajar, tener hijos y jubilar, hoy hay un mundo de posibilidades. Pero, ¿qué viene primero? ¿No pueden permitirse financieramente un hijo, así que no tuvieron uno o tienen recursos pero eligen gastarlo en otros proyectos?
Según un artículo de Forbes (2019) los jóvenes gastan más en comodidades y lujos como restaurantes, tecnología y hobbies y, a la vez, tienen menos ahorros y deudas cuando se los compara con las generaciones anteriores. Por lo que no sería del todo cierto que los altos costos de la vida son la razón principal por la que los jóvenes no están teniendo hijos. De hecho, si fuera completamente real que la decisión pasa por un análisis financiero del tipo planilla Excel, nunca sería (ni hubiese sido) eficiente o conveniente tener hijos. El punto es que la decisión es más de tipo trascendental que solamente un ejercicio de costo/beneficio.
La encuesta Qué hay detrás de la baja natalidad en Chile, realizada por Questio y Cualitativa –dos agencias de investigación de mercado y opinión– arrojó como primera razón para la intención de consolidar el desarrollo profesional/laboral y los estudios (85%). Y el 37% y 44% declara que prefiere tener mascotas y que los hijos quitan libertad, tiempo y experiencias, respectivamente. A esto se suman otros factores como la falta de seguridad que otorga, por ejemplo, una pareja y/o trabajo estable, una vivienda adecuada, entre otros.
Lo cierto es que hace años que países de todos los colores y carismas políticos han decidido tomarse este desafío en serio, desde China hasta Hungría, pasando por Australia, Canadá, España, Japón, entre otros, constituyendo comisiones que se pregunten en serio cómo revertir, o al menos frenar, esta tendencia mundial. El gran error en Chile ha sido creer que esta agenda es atribuible solo a un sector del espectro político, como lo sería la ultraderecha o el conservadurismo o que bastan solo políticas de incentivo para revertir esta cifra. Un ejemplo de esto es Corea del Sur. El país asiático actualmente tiene la tasa de natalidad más baja del mundo (0.72 hijos por mujer). El Estado lleva casi dos décadas incentivando que las parejas tengan hijos con inversiones estratosféricas que cubren los tratamientos de fertilidad, los cuidados, vivienda, salud. Pero nada ha funcionado.
Nada ha funcionado porque no estamos frente a un fenómeno que se explica exclusivamente por un factor económico, sino también, frente a un estilo de vida que ha cambiado la actitud y valoración social frente a algo tan fundamental para la sociedad como los hijos. La crisis se resume así: incluso si los jóvenes pueden costear tener hijos, no los tendrán si eso conlleva pausar la carrera profesional o perder ciertas libertades
Pero algo pasa en Chile que aún no logra permear en todos los sectores políticos la urgencia de construir una agenda común que haga frente a estas cifras. ¿Qué está esperando el Ejecutivo para crear una comisión de expertos que trascienda el gobierno de turno y que tenga por objetivo idear políticas estatales que incentiven los nacimientos? ¿En qué están nuestros parlamentarios si no es preguntándose cómo legislar en favor de las familias chilenas, y por ende, de la natalidad del país? Y más importante aún, ¿cuándo asumiremos como sociedad civil la importante responsabilidad de revalorizar la parentalidad como proyecto de vida? Las respuestas no pueden llegar cuando ya sea muy tarde (si es que aún no lo es). La cuenta regresiva ya comenzó. Tic tac.
Emilia García es subdirectora de estudios (s) de IdeaPaís. Columna publicada en El Dínamo, el 19 de julio.