¿Qué significa hacer algo “a la chilena”? De partida, es común oír el estribillo en referencia a la pega mal hecha. Cuando algo se hace al lote, como dice el chilenismo, al mínimo o deficientemente, estaríamos frente al estándar idiosincrático nacional.
Lamentablemente, esta semana vimos algunos hechos que abonan este uso. Fue el caso de la gaviota de platino que Andrea Bocelli merecía y no recibió. La explicación habría sido que “no la tenían” y resulta que la decisión de fabricarla -con la debida anticipación- correspondía exclusivamente a la administración municipal.
Otro episodio fue el torneo ATP 250 que hoy se está jugando en Santiago, donde se han levantado varias quejas, nuevamente, por el estado deplorable del court central, algo inaceptable para un torneo que reúne a jugadores profesionales de tenis de todo el mundo acostumbrados a competir en el más alto estándar deportivo.
También podemos sumar la imagen de la pillería como algo que nos identifica e incluso se promueve. Es la triste idea de que el que logra beneficiarse del sistema, evadir responsabilidades o hacer un atajo, es alguien que la “está haciendo”, un winner. Un ejemplo de este otro rasgo es el incremento en masa de los morosos del CAE, según supimos recientemente. Lamentablemente la lógica queda moralmente invertida en esta situación: cuando la mora y el incumplimiento de los “pillos” campea, pagar a tiempo lo debido se aparece como un acto de ingenuidad borrega, en vez de lo que corresponde que es la honradez.
¿Qué hacer si como país parte relevante de nuestro sello se identifican con la pillería o el trabajo defectuoso?
La respuesta no es fácil. Lo básico sería inculcar lo contrario a estos paradigmas: una cultura cívica del deber, que se traduzca eventualmente en autoexigencia para hacer bien mi labor y cumplir con lo que corresponde simplemente porque es lo correcto. En esta tarea empujamos todos como sociedad, día a día, dentro de cada familia, con el ejemplo que los padres dan a sus hijos, así como en cada empleo, trabajador y directivo son los que dan forma a esta cultura continuamente.
No deja de ser cierto que las figuras públicas de todo tipo tienen una especial responsabilidad en la materia. Y aquí reside gran parte del problema: cuando la desprolijidad parece ser la tónica entre las más altas autoridades, desde los detalles más nimios como la vestimenta del Presidente, hasta cuestiones más vitales como la poca preparación frente a los incendios (con plagio de planes de por medio); o cuando vemos que prolifera la corrupción a nivel municipal y gubernamental, sin distinción de colores políticos… ¿con qué cara exigir otro estándar a la ciudadanía?
En definitiva se trata de comprender -en la medida de la posición que ocupemos-, que en vez de personas y vidas aisladas, es Chile entero -su imagen y su ethos- lo que está en juego en la manera en que nos desenvolvemos y el estándar al que nos exigimos.
José Miguel González, es Director de Formación de IdeaPaís. Columna publicada en La Segunda, el 29 de febrero.