El gobierno está por los suelos. Y eso es una pésima noticia en muchos sentidos.

 Es una mala noticia para el gobierno mismo, que se ve abrumado por lo que significa gobernar. La deficiente gestión que han mostrado para administrar el Estado es evidente. Los desbordes de los ríos son una triste analogía para graficar lo que le ocurre al gobierno con el aparato estatal, cuya principal coalición —el Frente Amplio— tiene serias dificultades en ese plano, probablemente debido a la falta de oficio y de experiencia. Triste es también la paradoja: la misma generación que cree ciegamente en el Estado como articulador de las transformaciones sociales —con desconfianza en la colaboración público-privada y en la sociedad civil— muestra su incapacidad para manejar el Estado en sus funciones más fundamentales, como lo son las crisis sanitarias, las relaciones internacionales, y garantizar probidad en la asignación de recursos. 

Es una mala noticia también para el país, por dos razones. La primera es institucional: ver a la principal autoridad de Chile —y esto se repite en los últimos cuatro gobiernos— con bajos niveles de aprobación y confianza obliga a reflexionar sobre lo que subyace detrás de este fenómeno (que también es global). Esta fragilidad imperante conlleva efectos perniciosos para la estabilidad del país, que se encuentra nada menos que definiendo su marco constitucional. La segunda, conectado con lo último, es que un gobierno débil puede afectar imprevisiblemente al proceso constitucional en curso, cuyo éxito es fundamental para cerrar bien el capítulo constitucional que nos tiene agotados y estancados en múltiples dimensiones.

¿Qué debe hacer el Presidente Boric? Lo único claro es que debe cambiar el giro. Si pretende obtener resultados distintos, no puede seguir haciendo lo mismo. “Hay que querer más al pueblo que a las propias ideas”, ha señalado Noam Titelman. Tiene que olvidarse de la sorprendente lealtad del 30% que lo apoya acríticamente (incluso luego del «Caso Convenios»), relación de carácter ideológico-afectiva que le impide ver más allá de su nicho. Eso significa abandonar el ánimo de revancha en contra de los «30 años», como fue apoyar una Convención repleta de excesos y de cancelaciones, o indultar a personas que cometieron delitos que dividieron especialmente a la población. Significa que debe actuar más como jefe de Estado que como articulador y líder de la coalición que él mismo fundó. Significa acaso la renuncia más dolorosa que debe hacer: abandonar su proyecto político; asumir que no es lo que Chile quiere; y dar protagonismo definitivo al sello y la agenda de Socialismo Democrático. Así aumentarán sus probabilidades de sortear con relativo éxito los casi dos años y medio que aún le quedan gobernando.

Cristián Stewart, Director Ejecutivo de IdeaPaís, columna publicada por medio La Segunda en la edición 06 de julio.