El periodista Julio César Rodríguez reaccionó duramente en el programa “Contigo en la mañana” ante la actitud que ha mostrado el gobierno en el «Caso Convenios». Su molestia radica en que la critíca acérrima que mostró el Frente Amplio a los gobiernos anteriores por acciones reñidas con la ley y la ética, hoy brilla por su ausencia.

Julio César tiene razón. Las reacciones del gobierno no dan cuenta de la gravedad del asunto.

Por un lado, no asume su responsabilidad política ni se querella ante un caso que el mismo Presidente denomina como «corrupción», sino que caen por goteo seremis y subsecretarios, y solo una vez que son descubiertas articulaciones o transacciones indefendibles. Un «caiga quien caiga» lento y estéril.

Por otro lado, el «vocero de las explicaciones» —como llamó Ascanio Cavallo al ministro Cordero— puso el acento en que los funcionarios públicos no tomaron cursos de probidad, cuando es evidente que el problema central no está ahí: una capacitación nunca podrá evitar una operación de corrupción a gran escala. Las capacitaciones podrán atajar «errores involuntarios», como atribuir equivocadamente poemas a connotados poetas en embajadas vecinas. Pero entregar millones a fundaciones de compañeros militantes o a parejas de correligionarios, hacer vista gorda a si tienen experiencia o un giro adecuado, no exigir boletas de garantía, o hacer pagos parcelados para evitar el control de legalidad de la Contraloría, no son errores involuntarios. Todo lo contrario: es un trabajo consciente para defraudar. A la ley, al Estado y a los ciudadanos.

Y aunque cada día sorprende más, el gobierno no sale del letargo. Parece no comprender la gravedad que significa que Contraloría confirme que hay corrupción en su administración; que aparezcan robos en ministerios a la orden del día; que el Ministerio Público haya identificado patrones y modos articulados de operar comunes entre traspasos a fundaciones ligadas al Frente Amplio; y que se haya comprobado que la Directora de Presupuestos redujo el estándar de las fundaciones para ejecutar fondos públicos.

Esta generación de luz —que sabía perfectamente cuáles eran los «problemas estructurales» de Chile, sus soluciones y los anhelos de su gente— aprendió a la fuerza que la realidad es muy distinta a lo que sus dirigentes aclamaban en sus asambleas universitarias. L</span><span style=»font-weight: 400;»>a correcta administración del Estado es un desafío que, en simple, los superó con distancia. </span><span style=»font-weight: 400;»>Por eso, un cuadro de corrupción que ocurre bajo sus narices es un batatazo apto para que asuman con responsabilidad política un cambio profundo. Los maquillajes, tweets, las comisiones para proponer mejoras a la colaboración pública privada y las defensas corporativas a sus ministros ya no dan para más.

¿Qué dirían los implacables jóvenes diputados Boric, Jackson y Vallejo ante un gobierno como este? Espérense nomás a que se enteren…

Cristián Stewart, Director Ejecutivo de IdeaPaís, columna publicada por medio La Segunda en el 3 de agosto.