La vida es impredecible. Sin embargo, aunque no exista tal cosa como la certeza absoluta, grados mínimos son siempre indispensables para nuestro desarrollo, para generar confianza, tomar decisiones y planificar el futuro. Los recientes cortes de luz que hemos experimentado lo evidencian claramente. La falta de certezas sobre el restablecimiento del servicio no sólo afectó la vida cotidiana de miles de familias —dado que hoy casi todo depende de la electricidad— sino también la toma de decisiones, generando malestar, impotencia y una sensación de abandono.

Con sus bemoles, esto permite ilustrar uno de los problemas actuales más profundos de nuestro país: la incerteza, fenómeno fuertemente arraigado a la cotidianidad de las familias, que se expresa en distintos ámbitos. Así como con el caso de la luz, la incertidumbre nos paraliza. La falta de certezas sobre el futuro afecta decisiones fundamentales: ¿Para qué estudiar, si no se garantiza un salario digno? ¿Cómo formar una familia si no sé si podré mantenerla? ¿Por qué emprender o tomar un crédito si no hay probabilidad de éxito?

No siempre hemos valorado lo que significa la estabilidad —es de aquellas cosas que se sienten cuando faltan—. Sin embargo, para la nueva izquierda pareciera ser algo especialmente difícil de entender. Quizás el ejemplo más notable, es que ante el malestar social manifestado en el estallido, ofrecieron como solución mayor inestabilidad, incapaces de comprender que ese era precisamente el temor que se anidaba en la familia chilena. Esa incertidumbre de volver a caer en la pobreza, de ver derrumbado lo alcanzado. Sólo ahora, algunos de sus representantes han recapacitado en el valor de los vilipendiados 30 años en cuanto a las oportunidades que dio a las familias, independiente de sus muchas falencias.

La frase de Sebastián Depolo, entonces secretario general de Revolución Democrática, fue ilustrativa: “Vamos a meterle inestabilidad al sistema”, dijo. Aunque se critique el uso destemplado de esta frase, el apoyo acrítico al proyecto constitucional refundacional da cuenta que la introducción de incertezas es parte del ADN de su proyecto político. Por ello, sus promesas de transformar la política chilena y ofrecer soluciones reales a las demandas sociales, no han logrado traducirse en políticas que ofrezcan sostenibles, que es un elemento de la esencia para dar estabilidad real a las personas. Al contrario, son en gran medida ideologizadas y experimentales, desconectadas de las necesidades prácticas del día a día de las personas. Son además incapaces de recapacitar en el impacto que provocan en la seguridad, pero también en el empleo, el crecimiento económico, o la inversión.

Sin duda, es crucial introducir reformas para atender los problemas sociales. Pero lo que debe comprender el Frente Amplio –y cualquier proyecto político– es que toda reforma debe buscar otorgar mayores grados de certeza que permita dar confianza y seguridad a las familias para tomar decisiones y proyectarse hacia el futuro, que se haga cargo de la fragilidad del 41% de los hogares que aún encontrándose en un estado un poco más promisorio que los segmentos más vulnerables, no logra eximirse del riesgo de caer en la pobreza. Aquellas familias que no logran ahorrar lo suficiente para su pensión y subsistir en la vejez, o bien, no tienen las certezas de un trabajo formal. Estos cambios deben ser capaces de dar a los jóvenes la esperanza de que podrán tener una mejor calidad de vida y de que sus estudios podrán rendir frutos. Será imposible, de lo contrario, construir una sociedad que permita a las personas construir proyectos de vida sostenibles en el tiempo.

Magdalena Vergara es directora de estudios de IdeaPaís. Columna publicada en La Tercera, el 20 de agosto.