«Aborta por si sale solidario». Ese era uno de los mensajes que apareció ayer en afiches publicados en la Universidad Católica por miembros de la oposición progresista a la directiva de la actual Federación de Estudiantes de esa casa de estudios, conducida por el movimiento Solidaridad UC.

Esto ocurre en el marco de una declaración que la directiva FEUC hizo con ocasión del «día del niño que está por nacer». Es de público conocimiento que el movimiento Solidaridad UC promueve y defiende que quien aún no nace cuenta con igual dignidad y derechos que los que tiene quien ya nació. Pero habíamos olvidado este tipo de funas, toscas y matonescas, que exigen renunciar por el hecho de discrepar. No podemos dejarlas pasar: el silencio las legitima.

Son muchos los líderes de opinión, intelectuales, políticos y dirigentes gremiales que han sido formados y educados en el seno de la política universitaria. Cuando la libre discusión de ideas y el debate racional son abandonadas (¡en la universidad!) por los gritos, la cancelación del pensamiento distinto y las amenazas, es más fácil entender por qué la participación estudiantil ha bajado a mínimos históricos, y que año a año en establecimientos donde la cultura pública y preocupación por el bien común son imperativos morales, el quórum mínimo para validar la elección sea el asunto más relevante.

Las personas han dejado de creer en la política al ver este nivel de virulencia, de censura y de intolerancia por el pensamiento ajeno. Lo que ocurre hoy en el Congreso Nacional es caja de resonancia de lo que se vive en las universidades.

Estos fenómenos se deben, en parte, a la debilidad de aquellos sectores de izquierda que prefieren deliberar en lugar de cancelar, pero también a la convicción que se anida dentro de corrientes progresistas, que asumen que su posición es la correcta dentro de la historia y que el debate ya se zanjó a su favor. Por eso la violencia: las posiciones contrarias serían un atentado contra los «avances civilizatorios». Por eso el desprecio a la democracia representativa: porque piensan que no es posible pensar distinto a lo que presuntamente piensan las opiniones mayoritarias.

Pero la cosa no es tan así. La discusión pública está siempre abierta, y ningún proyecto político será nunca dueño de la verdad. Lo que es crucial es no claudicar a ciertos bienes, como la libertad de expresión, para que las condiciones de un debate racional —y con ellas, la misma democracia— no desaparezcan.

Lo que el progresismo denomina «ultraderecha» responde a este tipo de fenómenos. Es la rabia que clama por el orden contra la rabia que viene de la anomia y la intolerancia. Si en un lugar como la universidad —cuyo objeto es la búsqueda de la verdad y cultivar las ideas que moldean la vida social— no se puede debatir libremente, no se ve mucha luz en el panorama venidero. Esto debe parar.

Cristián Stewart es director ejecutivo de IdeaPaís. Columna publicada en La Segunda, el 27 de marzo