El indulto es un abuso de poder. Se repite que “se trata del ejercicio de una facultad que le asiste al Presidente de la República”. El drama es justamente ese: la ejerce de manera totalmente libre. Y lo hace vulnerando aquello que prometió custodiar: la Constitución y las leyes. Al decir que está convencido de que algunos de los indultados “no son delincuentes”, y otros habrían sido declarados culpables bajo irregularidades, Boric se autoconvierte en un juez superior, sin importarle que la Constitución y la tradición de la separación de los poderes del Estado a la que con frecuencia se adscribe se lo prohíban literalmente.
El indulto es una declaración de fidelidad al octubrismo, despejando la duda de “cuál es el alma de Gabriel Boric”. Es confirmación de que, aparentemente, los hechos violentos sí fueron “hechos necesarios” para producir cambios sociales. Olvidó que días antes del indulto criticaba que la violencia se haya naturalizado. Pero esto no es una contradicción más. Una contradicción es decir o hacer una cosa, y luego decir algo o actuar en sentido contrario. Lo que hace Boric es otra cosa: dice cosas moderadas, y hace cosas frenteamplistas —las que de verdad quiere hacer—. Esta declaración de lealtad hacia al octubrismo puede ser la aclaración definitiva de cómo quieren gobernar: avalando la violencia y cuestionando sentencias judiciales.
El indulto es un insulto. Un insulto a la batalla contra la seguridad y la impunidad, que además tiene apellido de pituto: ¿por qué indultar a esas personas determinadas, que pueden llamar al Presidente por su nombre de pila, y no a otros condenados también presumiblemente inocentes? Un insulto a la Presidencia de la República: los expresidentes no solo nunca fueron increpados simultáneamente por la Corte Suprema y el Ministerio Público por un mismo acto, ni tampoco usaron los indultos para liberar a culpables por creer que fueran inocentes (casi siempre fue para liberar a ancianos y enfermos terminales), sino que nunca actuaron de manera tan evidente como jefes de barra, aleonando a los suyos y desatendiendo las consecuencias que se siguen. Un insulto, en fin, al sentido común: la impunidad de la violencia probablemente no contribuya —como pretende Boric— a la paz social, sino que todo lo contrario.
Cristián Stewart, Directo ejecutivo de IdeaPaís, publicada por diario La Segunda en la edición del 05 de enero de 2022