El estallido social de octubre de 2019 marcó un hito que sigue resonando en la política chilena. No solo por la magnitud de las protestas, sino porque reveló un malestar social que se venía gestando durante años, y que no se reduce a la violencia ni a demandas económicas puntuales. Aquella crisis, que comenzó como una reacción al alza del pasaje del transporte público, terminó convirtiéndose en la manifestación de una fractura más compleja, sostenida por una triada del malestar: la fragilidad de la clase media, la frustración derivada de las promesas incumplidas de la modernidad, y el debilitamiento de la familia.
- La fragilidad de la vida y la vulnerabilidad de la clase media
A pesar de que el país tuvo avances significativos en cualquier indicador económico que se mire desde los años 90, la mayoría de las familias en Chile sienten que cualquier crisis –una enfermedad, un despido, la misma vejez– puede desmoronar sus proyectos de vida. Esto afecta especialmente a la clase media, que vive con el constante temor de caer en la pobreza.
De hecho, un estudio de IdeaPaís sobre la fragilidad de la clase media muestra que este segmento presenta indicadores laborales, educativos, habitacionales y de salud que, en muchos casos, se asemejan más a los sectores pobres que al resto de los segmentos medios. En otras palabras, la movilidad social es frágil y las redes de protección no siempre son suficientes para evitar que una crisis individual se transforme en un colapso familiar. Este sentimiento de vulnerabilidad generó un malestar profundo y una creciente desconfianza hacia las instituciones políticas y económicas.
- Las promesas incumplidas de la modernidad
El discurso contemporáneo instaló la idea de que el esfuerzo personal bastaba para salir adelante. Sin embargo, la realidad demuestra que la mayoría de las personas no logra escapar de las limitaciones impuestas por su entorno social y económico. El sistema de meritocracia, en teoría, debería permitir que el talento y el trabajo duro sean los principales determinantes del éxito. Pero en la práctica, la desigualdad de oportunidades sigue siendo una barrera insalvable para muchos. Este desajuste entre las expectativas y la realidad alimentó el desencanto y la desconfianza en las promesas del modelo económico y social.
- El debilitamiento de las familias
La familia ha perdido progresivamente su rol cohesivo en la sociedad chilena. En un contexto donde prima la autonomía individual y el logro personal, se han debilitado los lazos comunitarios y los valores de solidaridad. La familia, que tradicionalmente ha sido un espacio de contención y transmisión de valores, se ha visto afectada por cambios estructurales y culturales.
Esto tiene consecuencias concretas. Según otro estudio de IdeaPaís, las familias monoparentales enfrentan mayores niveles de pobreza, vulnerabilidad y peores resultados en educación y salud en comparación con las familias biparentales. La pérdida de valores comunitarios y la fragmentación familiar impactan directamente en el bienestar de las personas y en la cohesión social, generando una sensación de desarraigo y desprotección.
El impacto en la política: el pragmatismo forzado de Gabriel Boric
Mucho ha pasado desde esa convulsa primavera de 2019: una pandemia que exacerbó las tensiones sociales y dos procesos constitucionales fallidos que terminaron por fortalecer la vilipendiada Constitución del 80. Esta distopía tuvo su auge con la llegada del Frente Amplio a La Moneda. Con Gabriel Boric, un presidente de 36 años, la izquierda progresista creyó que podría materializar su proyecto refundacional. Pero la luna de miel duró poco. Muy pronto, el gobierno tuvo que enfrentar de manera pragmática las demandas más urgentes de la ciudadanía: seguridad, orden público y economía.
La adaptación fue inevitable. De la propuesta de una nueva Constitución que básicamente diseñaba un nuevo país (con pluralismo jurídico y más de diez naciones, sin Senado pero con derechos del medioambiente, entre otras miles de creatividades), de las promesas de refundación de las policías y de terminar con el sistema de capitalización individual en pensiones, se pasó a una agenda más pragmática que, a regañadientes, abrazó las medidas de seguridad y crecimiento económico históricamente defendidas por la derecha.
Las contradicciones quedaron en evidencia rápidamente: en seguridad no solo han reforzado la labor de Carabineros y aprobado una gran cantidad de proyectos de ley sino que, según el seguimiento gubernamental de IdeaPaís, aunque el gobierno ha cumplido un porcentaje alto de las promesas de seguridad (47%), solo un 28% de las iniciativas de ese ámbito estaban en su programa original. Esto evidencia que para el Frente Amplio, la seguridad se convirtió en una prioridad más por presión del contexto que por convicción programática. En materia de pensiones, el gobierno terminó promulgando y celebrando una reforma que refuerza el sistema que antes denostaba. La realidad se les impuso y las convicciones o fueron desechadas o momentáneamente guardadas en un cajón.
Sin embargo, este cambio de rumbo no ha logrado aplacar el malestar social. Las demandas de seguridad y crecimiento económico siguen insatisfechas: el crecimiento económico de Chile en 2024 fue de los peores de Sudamérica y de los peores en Chile desde 1990, en seguridad, la percepción de inseguridad ha aumentado, así como los delitos violentos y el tráfico de drogas. Con esto, la población percibe que el gobierno no ha estado a la altura del desafío. El descontento no ha desaparecido, sino que ha mutado y sigue latente en la sociedad chilena, alimentando el desencanto con la política y la sensación de que no hay soluciones de largo plazo en el horizonte
Esta frustración de expectativas podría explicar la falta de claridad sobre el candidato presidencial del Frente Amplio (partido político del presidente Boric): nadie parece dispuesto a dar la cara por la gestión del oficialismo lo que refleja la debilidad actual del proyecto político progresista. Incluso la propia presidenta del Frente Amplio ha dejado abierta la posibilidad de apoyar a un candidato de otro partido de la coalición.
Oposición fragmentada y una elección incierta
En contraste, la oposición parece tener una sobredosis de candidatos y una preocupante falta de unidad. En la extrema derecha, los representantes del Partido Republicano y el Partido Libertario, José Antonio Kast y Johannes Kaiser, respectivamente, han rechazado rotundamente la idea de participar en una primaria unitaria con la centroderecha, representada por Evelyn Matthei. Esta división amenaza con atomizar el voto de oposición, lo que podría repetir la historia de 1946 cuando la derecha, al dividirse entre Fernando Alessandri y Eduardo Cruz-Coke, terminó facilitando el triunfo de la izquierda con Gabriel González Videla. Mientras la izquierda sigue desgastada pero mantiene cohesión en su discurso, la derecha corre el riesgo de repetir errores pasados y dividir su votación
Así las cosas, el malestar social sigue como telón de fondo de estas crisis. Las tensiones de 2019 no han desaparecido. Aunque las demandas hayan cambiado de forma, los problemas fundamentales siguen intactos. La fragilidad de la clase media, la frustración ante las promesas incumplidas de la modernidad y la crisis moral continúan sin resolverse. Esto no es un fenómeno exclusivo de Chile. En América Latina, el malestar ciudadano ha dado pie a protestas, giros políticos inesperados y gobiernos con agendas erráticas (por decir lo menos). La región enfrenta desafíos similares en seguridad, crecimiento y cohesión social, lo que exige respuestas políticas que vayan más allá de los ciclos electorales.
Las fuerzas de centroderecha en América Latina tienen el desafío de ofrecer soluciones estructurales que superen la tradicional promesa de orden y crecimiento. Deben construir un modelo de sociedad que fortalezca la clase media, restaure la confianza en las instituciones y promueva una cultura en positivo donde las familias puedan prosperar. Sin una visión clara de futuro, el malestar seguirá siendo el telón de fondo de la política en la región.
Emilia García es directora de estudios de IdeaPaís. Columna publicada en Diálogo Político, el 08 de abril