El gobierno del Presidente Gabriel Boric ha sido criticado sostenidamente por los cambios de postura que ha experimentado. Y aunque esos cambios de posición han sido muchos y muy variados, sus justificaciones han sido escasas.
La mayoría de los cambios de opinión han sido para mejor. Ahora, por ejemplo, critican los retiros de fondos de pensiones, defienden los tratados internacionales suscritos por Chile, y apoyan irrestrictamente a Carabineros en sus funciones.
El último cambio de posición es, paradojalmente, el más obvio y quizás el que más problemas le generará internamente: pasar de llamar eufemísticamente al régimen de Maduro como una «autocracia», para ahora denominarlo «dictadura».
El Presidente Boric, con determinación y ligera tardanza, sostuvo que los resultados de las (fraudulentas) elecciones en Venezuela deben ser absolutamente transparentes y verificables por veedores internacionales no comprometidos con el gobierno. Y que mientras aquello no ocurra, Chile no reconocerá a Maduro como presidente democráticamente electo.
Se trata de una declaración evidente y obvia, pero que genera roces significativos en su relación con el PC chileno. En efecto, cuesta imaginar una discrepancia tan profunda entre la visión oficial de un Gobierno y la de un partido de gobierno. Veamos por qué.
Pocos pueden cuestionar que el presidente Boric intenta genuinamente ser consistente en materia de principios. En esta ocasión, y siguiendo dicha coherencia, ha señalado que defender la posición que ha expuesto —que cuelga de la democracia y los derechos humanos— es de la esencia de la política exterior chilena. Pero hay algo raro en todo esto. ¿Por qué aplicar esta visión a la política exterior y no a la política doméstica? ¿Puede colegirse, entonces, que si el PC sostuviera una posición similar acerca de hechos ocurridos en Chile, sería algo tolerable y legítimo para Boric? Probablemente, no. Y ese es justamente el problema.
Mantener al PC en el Gobierno implicaría asumir que los principios del Frente Amplio para entender la democracia son más laxos cuando se trata de asuntos de política nacional. Implica respaldar a un partido que apoya a una dictadura criticada por el mismo gobierno, quien expulsó a nuestro embajador, y ayer aseguró que en Chile se entrenaron venezolanos para desestabilizar a su país.
La consistencia que vale la pena no es aquella plagada de reflexiones y de declaraciones bonitas pero vacías de acciones, sino aquella cuyo precio implica asumir costos reales y verdaderos. Si, como dijera Boric hace unos días, realmente su coalición defiende “firmes los valores democráticos”, el PC debe salir del Gobierno. Sino, llamar dictador a Maduro y las críticas fuertes que expresara valientemente serán, solamente, otra voltereta sin justificación.
Cristián Stewart es director ejecutivo de IdeaPaís. Columna publicada en La Segunda, el 1 de agosto.