La continuidad del proceso constituyente vive días decisivos. El desenlace electoral del 4 de septiembre sigue fresco en el ambiente y ello ha traído semanas cargadas de reflexión, especialmente en torno a la correcta lectura de los hechos ocurridos en octubre de 2019 y a la pertinencia de dar o no una nueva oportunidad al camino institucional escogido como medio para salir de la crisis de ese entonces.
La izquierda parece aún convaleciente después de la derrota. El Frente Amplio y el Partido Comunista lucen especialmente golpeados, pues saben que con el correr de los meses la debacle de septiembre se va erigiendo como un portazo histórico a su proyecto país de largo plazo. La exConcertación, por su parte, recupera vitalidad y protagonismo, y estando aún muy fragmentada va reordenando su estructura de partidos. Así, luego de más de una década, parece recobrar fuerzas para hacer frente a la embestida generacional que ha sufrido de parte de un Frente Amplio que vive sus horas más difíciles desde La Moneda.
Paralelamente, una parte del gobierno avizora que un nuevo capítulo del proceso constituyente puede ser el único medio para salir al paso de su crisis y para anotarse algún «poroto» histórico en los más de tres años de administración que aún le quedan por delante. No obstante, el Presidente Boric sabe que la izquierda radical no dará tan fácil la batalla por perdida. La fallida convención les abrió el apetito por refundar y reescribir el país a su antojo, y si bien fracasaron estrepitosamente en ese intento, no entregarán fácilmente el cambio constitucional a un proceso que parece tener todas las credenciales para concretarse de forma moderada, con espíritu dialogante, sin inestabilidad ni maximalismos. Muestra de ello han sido las declaraciones de la presidenta del FRVS, aduciendo que «cree que el momento constitucional ya no existe». En otras palabras, para algunos o hay cambio constitucional profundo y radical, o no hay cambio constitucional. Y claro, un momento constitucional, como el que ellos quisieran, efectivamente ya no existe. Para ellos vale más la pena guardarse esa carta bajo la manga como vía de escape para la próxima crisis social o institucional.
Por el lado de la derecha, a pesar del esfuerzo que han mostrado los partidos por cumplir la palabra empeñada y continuar el proceso, la dificultad de poner límites a un nuevo órgano y los resabios de una victoria electoral avasalladora -y a ratos encandilante- han hecho que sus bases pierdan de vista la oportunidad histórica que tienen frente a esta coyuntura. Porque para la derecha se trata de una oportunidad histórica por dos razones: primero -y lo más elemental-, pues cuesta imaginar un mejor contexto para escribir una nueva Constitución. El fracaso del proyecto refundacional de la izquierda dejó terreno fértil para resguardar todo lo que uno quisiera proteger y preservar en la definición de una nueva Constitución.
Y en segundo lugar, porque nunca tuvo la derecha una mejor oportunidad para dar muestras de que su proyecto político no consiste únicamente en defender el status quo, sino en ofrecer cambios bien hechos -y en el momento adecuado-, matando de una vez por todas el karma de verse siempre condenada a atajar en él área chica los goles que la izquierda quiere, de la forma y en el momento que ella dispone. Como nunca, tiene la oportunidad de pelear el partido a la izquierda en la media cancha, de tú a tú, sacando a relucir todo lo valioso de su ideario político y de su proyecto país, dando así buen término a este capítulo en nuestra historia y entregándole a los chilenos una constitución mucho mejor de lo que jamás imaginamos que podríamos obtener como fruto de este -hasta hoy- accidentado proceso
Columna de Cristián Loewe, Vicepresidente Ejecutivo de IdeaPaís, publicada por Cooperativa en la edición del 4 de noviembre de 2022.