El evento “Viva 24” reunió en Madrid a 10 mil personas hace pocos días. Entre otros, estaban Javier Milei, Marianne Le Pen y José Antonio Kast. En el acto de cierre, Santiago Abascal, líder de VOX, criticó a la “derechita cobarde”, aludiendo al Partido Popular español.

En Chile el concepto lleva años usándose indiscriminadamente (casi tanto como el concepto lamentablemente vacío de «las ideas de la libertad»). En 2019, Kast se refirió a Chile Vamos diciendo: «Estamos ante una derecha que tiene miedo, que es cobarde, y la izquierda se da cuenta y siempre exige más».

El contexto invita a reflexionar. ¿Qué significa la cobardía en política? O en sentido contrario, ¿de qué manera se es más valiente que el resto?

¿Es cobarde quien reniega de sus ideas por temor a pagar costos sociales contingentes? Sí. ¿Es cobarde quien calla por miedo a ser minoría? También. ¿Es cobarde quien concede diagnósticos y usa herramientas ajenas sin mayor pudor? Claro que sí. Pero en política, la cosa es un poco más compleja. En política, también es cobarde quien asigna al resto inferioridad moral, prefiriendo hablarle al igual en lugar de persuadir al distinto. En política, es cobarde quien disfraza de principios cuestiones que son prudenciales, para evitar el diálogo por temor a ser considerado dialogante (esto, para el político, es toda una paradoja). En fin, en política, es cobarde quien teme preguntarse por qué otros habrán actuado del modo en que lo hicieron, y en lugar de eso, achaca malas intenciones.

Y desde el otro prisma, ¿cómo es la valentía en política? Ella radica en atreverse a acordar con los adversarios, anteponiendo el bien del país al del propio rancho. En plantear en positivo una visión de sociedad, en lugar de decirle que no a todo. En una actitud de vanguardia, que traduce las propias ideas en argumentos con voluntad de difusión del propio ideal. En identificar objetivos comunes con los aliados (que por definición son distintos), para que las ideas propias gobiernen en lugar de ser gobernadas. Incluso, la valentía consiste en ir en contra de los votantes más fieles cuando hay convicción en la decisión tomada.

La política del atrincheramiento es la antipolítica. Es la fórmula exacta para permanecer como testigos de la música que ponen los adversarios. La auténtica política, aquella que impulsa a salir a conversar y buscar acuerdos en la vereda del frente —sin abandonar convicciones, sino haciendo lo posible para que ellas permeen— es la receta para que la derecha llegue al poder sin perder al día siguiente.

Escuché a alguien decir que existen muy pocas cosas que son de principios, y que además, los principios son muy pocos. Aquella mirada de la valentía que confiere calidad de principios a toda discusión, sin analizar ni observar nada, no es valentía, sino una actitud gritona, que reduce y condena a la política al mero testimonio.

Cristián Stewart es Director ejecutivo de IdeaPaís. Columna publicada en La Segunda, el 23 de mayo.