Somos testigos de un hecho incuestionable: las permanentes disputas políticas fatigan a las sociedades. Nos cansan, nos saturan. Hoy la discusión es si, luego del triunfo de Rechazo, no convendrá concentrarnos en las urgencias sociales en lugar de hacer una nueva Constitución. Ahí estaría la verdadera causa del malestar, y por lo tanto, su solución nos acercaría más a la ansiada paz social.

Sin embargo, el dilema «problemas sociales vs nueva Constitución» que se plantea es doblemente falso. Primero, porque las urgencias no van a terminar nunca. Incluso los países desarrollados tienen sus propias urgencias sociales. Y al mismo tiempo, siempre habrá quienes pidan cambiar la constitución vigente: ya sea por su falta de legitimidad, o porque dicha agenda resulte funcional a sus intereses. Pero el dilema es falso, sobre todo, porque los problemas detrás del malestar no se resolverán únicamente con política. Ellos tienen que ver con dimensiones que trascienden a las soluciones materiales que la política ofrece; con categorías y palabras que están ausentes de nuestro debate público. Quizás eso explique parcialmente el hastío: estamos olvidando parte relevante de las causas del malestar.

Pienso en las «agencias socializadoras»: los lugares donde aprendemos las normas que orientan nuestra acción, y que le dan sentido a nuestras vidas. Si omitimos estos asuntos, el malestar seguirá incólume: su génesis no se revertirá con las políticas públicas que acostumbramos a discutir. Preguntas como qué diablos hacer ante tantos hogares precarios, con familias disfuncionales y sin viviendas adecuadas; ante la disminución galopante de la tasa de natalidad; ante el creciente abandono de los adultos mayores, bajo una sociedad del descarte que nos invita a considerarlos como cargas; ante tantas escuelas carcomidas por la violencia y el desbaratamiento de la autoridad, gracias a una pandemia que aún no muestra todos sus coletazos; ante las iglesias, que distan de ser un lugar donde las personas puedan depositar sus esperanzas más profundas; en fin, ante el impacto corrosivo que significan —para cualquier joven en formación— la droga, el alcohol y las relaciones sexuales sin educación sexual ni afectiva.

Las urgencias sociales son reales y acuciantes. Pero la solución del malestar necesita de teclas más amplias, donde la política tiene un rol acotado. No se requiere solo de leyes (ni menos narrativas poéticas persuasivas) para llenar estos vacíos. Tampoco el progreso que traería el desarrollo (si se digna llegar) podrá colmar esas carencias. Se requiere partir con algo más simple, y quizás por eso más díficil: estar dispuestos a hacernos las preguntas difíciles que nos permitan fortalecer las «agencias socializadoras». Así, las soluciones que nos ofrezca la política —que son necesarias y urgentes— serán más perfectas, mientras más conscientes seamos de sus propias limitaciones.

Columna de Cristián Stewart, Director Ejecutivo de IdeaPaís, publicada por La Segunda en la edición del 27 de octubre de 2022.