Los procesos de transformación social son siempre de largo aliento (…) y para concretarse y mantenerse en el tiempo requieren ser abrazados por las grandes mayorías. No podemos nunca olvidar esa lección de la historia. Los procesos de cambios siempre tienen retrocesos cuando quienquiera que sea se asume como vanguardia y pretende ir más rápido que al pueblo que representa. Como dijo un viejo militante: “ser un adelantado a tu época en política es una forma elegante de estar equivocado”. Así, el Presidente Boric cerró su discurso ante la atenta mirada de su improvisado nuevo gabinete en La Moneda.
De aquí puede colegirse, en primer lugar, que el mandatario toma nota del fracaso. Fracaso no solo de una propuesta de constitución que apoyó, sino que del proyecto político del Frente Amplio que fielmente se veía representado en ese texto al que casi ocho millones de personas –o “las grandes mayorías”– le dieron la espalda. Sin embargo, lo más llamativo de estos párrafos es que se asume que el tropiezo es apenas pasajero y que el 62% que rechazó no fue por el proyecto de fondo, sino que se trató de un lapsus temporal e intelectual frente a “la vanguardia” y los cambios epocales a los que aparentemente estaríamos determinados.
En otras palabras, entre la frase para el bronce y la cuña del histórico militante se esconde con disfraz de soberbia el más implacable y feroz progresismo. El camino es uno solo, está trazado, vamos para allá. Quizás nos demoremos o nos desviemos de vez en cuando, pero el pueblo de Chile se dirige inexorablemente hacia esa dirección. “Seguimos”.
Desde esta perspectiva, parece fácil vaticinar que el conservador y el moderado son simplemente un enemigo acrítico a cambios ya escritos, y que no tienen nada interesante que decir. ¿Para qué? Si vamos camino a las grandes transformaciones trazadas y la historia parece estar escrita –y está de nuestro lado–, ¿qué sentido tendría? Simplemente se asume que habrá fuerzas que defenderán el status quo cuyo destino es simple: ser vencidas eventualmente. En suma, pareciera ser que para el progresismo solo existen dos tipos de electores: aquellos que están a favor de los cambios –moralmente buenos– y los “rechacistas” –moralmente perversos–.
Por esta razón es que las reacciones frente al fracaso son llamativas. El progresismo carece de categorías intelectuales para hacerse cargo de la derrota cultural y política, pues no da lugar a las dudas y menos a la reflexión. De ahí viene el “fachopobreo”, los “me voy del país”, las conspiraciones de los poderes fácticos y quizás también el silencio en la consternación –que dice más que cualquier palabra–. No hay espacio allí para analizar si fue inconveniente redactar una constitución partisana o ignorar las demandas ciudadanas frente a sus inseguridades, miedos y anhelos. La constitución era así o no era.
No deja de ser pertinente, entonces, la reflexión de Daniel Mansuy sobre el tema en su ensayo “Los límites del progreso” (Revista Punto y Coma n°6, 2022, IES Chile, pp. 48-53), quien nos invita a rehabilitar la noción de límite. “Los hombres no somos amos y señores del mundo (…) [y] nuestras posibilidades de hacer el bien están sometidas a esa limitación, como las posibilidades de la propia razón.” Los seres humanos somos falibles y ese progresismo, si bien ha demostrado tener dientes, no es más que una ilusión.
Por mucho que parezca que el mundo “va para allá”, hay cientos de cosas que aconsejan detenerse a pensar dos veces, o a lo menos modificar el carácter de algunas posiciones tenidas como verdades reveladas, escuchando con atención lo que el otro tiene que decir. De lo contrario, la cancelación y las acusaciones de mentiras son la orden del día, y el 4S demostró con ímpetu que esa aproximación no es buena consejera.
Por eso, Presidente Boric, no es que a la ciudadanía le faltó entender o no estaba preparada para sus cambios. Su proyecto político, al igual que cualquier otro, está dentro del juego democrático. No está provisto de características epistémicamente superiores. Es parte del “hecho del pluralismo”, como indica asertivamente Rawls. Tal como ganó en diciembre, en septiembre perdió. Nadie tiene la lealtad de los “signos de los tiempos” asegurada. No hay tal cosa como “el proyecto político definitivo”.
En suma, la ciudadanía terminó con el proyecto político del Frente Amplio –al menos en sus términos originales–. Y a menos que sus líderes comprendan que pueden perder por las mismas razones que sus adversarios, seguirán aduciendo que era el pueblo el que no está “preparado” para comprender su amor. Dicha reacción –no soy yo (vanguardista y sabio), eres tú (pueblo ignorante)– no es precisamente el mejor curso de acción para recomponer ese vínculo.
Columna por Jorge Hagedorn, Coordinador del Área Constitucional de IdeaPaís, publicada por The Clinic en la edición del 21 de septiembre de 2022.
Imagen: IdeaPaís