«Sigue siendo dolorosa». Así se refirió la semana pasada en la Cuenta Pública el Presidente Boric a la situación de las niñas y niños sujetos de protección. Y es que a tres años de la implementación de Mejor Niñez, el nuevo Servicio Nacional de Protección Especializada a la Niñez y Adolescencia -reemplazante del Sename-, nos damos cuenta que la herida sigue abierta, a pesar de los esfuerzos del Estado y la sociedad civil para transitar al nuevo servicio.
No nos podemos engañar; esto no se resolverá ni hoy ni mañana. Por duro que sea decirlo, tenemos que enfrentar un hecho lapidario: Le hemos fallado a los niños, niñas y adolescentes más necesitados y les seguimos fallando. Primero, falló la familia. Desde la base más íntima de amor y protección hay muchos que hoy siguen siendo abandonados, maltratados o abusados. La crisis de la familia -núcleo fundamental de la sociedad- tiene su rostro más oscuro en los 226.695 niños inocentes que cada año, por no tener otra alternativa, quedan bajo la protección del Estado.
Segundo, falló la sociedad. La vida social no ha sido para ellos un espacio de aprendizaje y crecimiento. Por el contrario, se ha transformado en una trinchera peligrosa y adversarial. Por un lado, la crisis de seguridad ha apartado a las familias de los espacios públicos. Por otro lado, la crisis económica ha relegado las labores de cuidado y crianza por mayores requisitos de consumo y presiones de deuda. Y los niños -más solos y encerrados- se han confiado a los vaivenes algorítmicos de una descontrolada tecnología, la cual, cuando es utilizada por mentes curiosas y desatendidas, puede llevar a sombrías consecuencias. El aumento sostenido en problemas de salud mental o suicidio juvenil -la principal causa de muerte de jóvenes entre 20 y 24 años- son una dramática muestra de ello.
Tercero, falló el Estado. Educación falló: Muchos de ellos son parte de los 50 mil niños que no van al colegio. Salud falló: No recibieron atención en salud mental suficiente y oportuna. Vivienda falló: Varios son parte de las 1.089.000 familias sin una vivienda adecuada. Trabajo falló: Buena parte de sus cuidadores son los 853.952 desempleados en Chile. Hacienda falló: No se pusieron los recursos necesarios para hacer frente al problema. Desarrollo Social falló: Los esfuerzos de promoción de sus derechos y prevención de vulneraciones no fueron suficientes. Las municipalidades fallaron: No pudieron acompañar a ese niño y su familia a tiempo.
Frente a este cúmulo de fallas, ¿cuál ha sido nuestra respuesta? Le pedimos a un servicio estatal -Mejor Niñez- que proteja a estos niños gravemente amenazados o vulnerados en sus derechos. Para ello, confiamos a 2.417 funcionarios públicos, con el apoyo de 185 «colaboradores acreditados» -organismos privados en su mayoría que ejecutan más del 90% de los programas de protección-, el cuidado de estos 226 mil niños. ¿Presupuesto? $516 mil millones de pesos (USD $560 millones) -5% del costo de la propuesta de condonación total del CAE-. En resumen, el Estado gasta en promedio $189.709 pesos mensuales por niño atendido. ¿Es suficiente? Claro que no. Pero el problema es más profundo y no se resuelve solo con inyectar más recursos. La niñez vulnerada hunde sus raíces en una crisis del tejido social y familiar que debe enfrentarse en su conjunto, sin recetas triunfalistas ni medidas cortoplacistas.
¿Qué hacer entonces? Primero, darle urgencia. El dolor de estos niños no nos puede dejar indiferentes. Debemos poner el drama de la niñez vulnerada como prioridad. Y no por caridad, sino por justicia. Los derechos de los niños -empezando por el derecho a vivir en familia- se deben respetar sin matices. Segundo, potenciar la modernización y coordinación estatal. No hay manera de hacer frente a esta «multi-falla» sin una «multi-solución». La gestión del Estado debe ser más rápida, eficiente y oportuna. Para ello, Mejor Niñez debe redoblar sus esfuerzos de coordinación intersectorial; sólo si funciona bien el Estado en su conjunto estos niños estarán mejor. Pero todas estas medidas son insuficientes si no vamos a la raíz del problema: la familia.
Mientras no atendamos la crisis de la familia la herida de la niñez no dejará de crecer. Parches tenemos miles. Solución definitiva, una sola. Poner como primera prioridad del Estado el fortalecimiento de las familias y entenderlas como un «bien público», base necesaria de asociatividad, amor y protección, es esencial. Si falla, todo lo demás queda cojo.
¿Por dónde partimos? Me aventuro con una solución: por los niños que tenemos cerca. Si cada quien pone su empeño en cuidar y proteger a los niños que se cruzan en su camino -hijos, sobrinos, nietos, vecinos, amigos- estaremos dando pasos de gigante en la dirección correcta, que Mejor Niñez desaparezca. Porque esta institución tiene un objetivo contraintuitivo: Su buen funcionamiento implica su desaparición. No queremos que haya más niños vulnerados en sus derechos. Pero para eso, nos necesitamos a todos. Sin colores políticos ni divisiones. Unidos por el esfuerzo firme y comprometido por quienes son nuestro presente y futuro. Por ellos. Por nuestros niños.
Pablo Mira es director de desarrollo de IdeaPaís. Columna publicada en Cooperativa, el 13 de junio.