El SAE no es una tómbola. Pero los padres lo viven así, y eso genera una profunda sensación de injusticia. En parte, por la complejidad propia del sistema: un algoritmo que asigna vacantes, conforme a ciertos criterios de priorización. Un sistema que busca ser transparente, pero que para los padres es absolutamente oscuro, pues es poco comprensible y no da razones.

Un sistema que a fin de cuentas se parece mucho a esa sensación de estar tras una ventanilla, y que la persona – o grabadora- que está detrás, sólo repite procesos y no es capaz de comprender la situación particular de quién llama. Así las explicaciones de por qué su hija con promedio 7 no quedó en el colegio que quería, o  sus dos hijos quedaron en escuelas distintas, no dista mucho de la experiencia de preguntar las razones del alza del plan de isapre, de hacer un trámite bancario o de intentar cambiar el plan de celular.

Y es que, el complejo modelo del SAE, olvidó que la educación se trata sobre todo de relaciones humanas, difícilmente reemplazable por algoritmos ciegos, por muy sofisticados que estos sean. Este olvido se percibe desde la experiencia de postulación, hasta los criterios que el SAE considera que valen la pena mirar para la asignación de los estudiantes, subestimando las propias razones de los padres para elegir una escuela, y aquellos aspectos más profundos de lo que constituye la educación.

Sin duda, subestimar la relevancia del proyecto educativo, la visión de educación, la religión,  los valores que los padres buscan inculcar en sus hijos, tiene que ver con la mirada que tenemos de lo que significa educar, y que su complejidad no puede quedar reducida a marcar preferencias en una plataforma. El SAE obvió por completo cómo todos estos aspectos eran fundamentales para la construcción de una comunidad educativa cohesionada, con un propósito común. Los problemas de convivencia que hoy vivimos son en parte, consecuencia de este olvido.

Lamentablemente esta mirada reducida de la educación, sumado a la desconfianza absoluta hacia las escuelas, llevó a hacer sinónimos la arbitrariedad con cualquier tipo de selección, incluso por muy objetivos que puedan ser los criterios utilizados. El gobierno, y en general la izquierda, han menospreciado lo que significa esto para los padres y para las escuelas. Se desvelan buscando generar más protocolos para mejorar la convivencia, sin embargo no comprenden que un aspecto central para una comunidad educativa cohesionada, es el tener una mirada común.

Hoy existe una oportunidad de mejorar estos aspectos. La discusión del presupuesto para el 2025, llevó a poner como condición una mejora del SAE, la cual sólo tiene sentido si buscamos la manera de humanizar el proceso y volver a poner sobre la mesa, la relevancia de los proyectos educativos, incorporando la posibilidad de las escuelas de poder seleccionar a las familias que ingresan en torno a su adhesión a los mismos. No se trata de desregular ni permitir la selección arbitraria: es incorporar el proyecto educativo como variable, y dentro de este el mérito, y fomentar la creación de verdaderas comunidades educativas que comparten un propósito común. El gobierno por su parte tiene un deber que no ha cumplido: generar proyectos educativos atractivos para las familias. Así el SAE podrá responder a su objetivo.

Magdalena Vergara es directora de estudios de IdeaPaís. Columna publicada en el Diario La Tercera, el 02 de diciembre.