Ayer el ejecutivo ingresó el proyecto de ley que “reconoce el derecho al cuidado y crea el sistema de apoyos y cuidados”. Sin duda se trata de un esfuerzo importante en la búsqueda de soluciones para la crisis de los cuidados. Este proyecto reconoce la necesidad de abordar las crecientes demandas de cuidado y la insuficiencia de los recursos actuales para satisfacerlas. Sin embargo, es fundamental problematizar algunos de los enfoques y diagnósticos presentes en la propuesta, que inspirarán el enfoque en la implementación de los programas y la política que de ella derivan, con el fin que el resultado sea efectivamente la creación de una sociedad del cuidado.
El proyecto señala que la manera tradicional en que se asumen los cuidados, “principalmente por las familias, y dentro de éstas por las mujeres”, es insostenible en nuestro país dado los cambios demográficos y la mayor participación femenina en el trabajo. Sin duda todos estos cambios suponen enormes desafíos, y la forma en que los resolvamos no da lo mismo. El proyecto muestra el caso de Uruguay, pioneros en la región en implementar una política pública de provisión de cuidados, con el objeto de hacer del cuidado una responsabilidad conjunta del Estado, la familia, la comunidad y el sector privado, con el propósito de “revertir la actual organización social de los cuidados, basada en la provisión familiar y feminizada”. Sin duda la colaboración virtuosa de estas cuatro “puntas de diamantes” – como se denominan en la iniciativa-, son fundamentales, pero ello no puede llevarnos a olvidar el preponderante rol de la familia.
La filósofa y educadora estadounidense Nel Noddings, argumenta que el cuidado genuino no puede ser reducido a meros actos técnicos o servicios prestados; implica una conexión emocional y un compromiso personal que es difícil de replicar fuera del ámbito familiar. Las familias, por su estructura y dinámica interna, están naturalmente posicionadas para proporcionar este tipo de cuidado profundo y significativo. Por ejemplo, en el cuidado de adultos mayores, la familia no solo proporciona asistencia práctica, sino también compañía y amor, factores críticos para combatir la soledad y la depresión. Un hogar de ancianos puede proporcionar cuidados médicos y físicos adecuados, pero muchas veces puede carecer de la capacidad para dar el tipo de atención emocional y relacional que sí puede ofrecer la familia.
Nada de lo anterior significa que las familias deban ser autosuficientes ni debemos desconocer los enormes desafíos y dramas que viven muchas de ellas. Sin embargo, comprender el rol de la familia -aún con sus imperfecciones- en el cuidado, nos permite identificar adecuadamente dónde están los problemas. La pregunta que debiéramos hacernos es ¿cómo posibilitar que las familias cumplan su rol de la mejor manera sin que les signifique una carga desmedida a ninguno de sus miembros ni les limite en su desarrollo o en el ejercicio de sus derechos?
La respuesta supera sin duda los objetivos del proyecto de ley. Pero, en cuanto al Sistema Nacional de Cuidados, debiera buscar integrar el cuidado familiar con el apoyo institucional de manera que se complementen mutuamente. Las políticas públicas deberían enfocarse en fortalecer la capacidad de las familias para cuidar a sus miembros, ofreciendo recursos y apoyo que permitan a las familias mantener su rol central en el cuidado sin ser sobrecargadas.
Magdalena Vergara es directora de estudios de IdeaPaís. Columna publicada en La Tercera, el 11 de junio.