Si hay algo que disputa el podio mundial nuestro sureño terruño, es su notable capacidad de mostrar el cielo. En efecto, cerca del 40% de los observatorios del mundo están en Chile, incluyendo –todavía en construcción– el que será el telescopio más grande del mundo (ELT). Somos el destino favorito del astroturismo mundial gracias a nuestra siempre despejada ventana espacial nortina. Sin embargo, ¿lo miramos? ¿Tenemos la costumbre de ver hacia arriba? ¿Como sociedad ejercitamos el músculo de mirar alto, buscar respuestas profundas, contemplar la complejidad y dejarnos asombrar por ella? ¿Proponemos para el largo plazo? ¿Pensamos en grande? ¿Soñamos Chile?
Y es que los últimos acontecimientos y berrinches políticos han develado una patología que paradójicamente adolecemos; siendo un país de cielo a nuestra sociedad le falta altura. ¿Ejemplos? Partamos con pensiones. Llevamos once años discutiendo una reforma previsional. Once. Es mucho. ¿Qué falta? Desde luego, una buena propuesta. Pero los cientos de alternativas con expertos multisectoriales y multipartidarios han demostrado que no es suficiente. ¿Conclusión? Mucha politiquería y poca visión, con amargos resultados para todos. Segundo, escándalos. Si hay algo que marcó el 2024 fueron los repetidos escándalos de connotados personajes de la élite social (políticos, empresarios, jueces, fiscales, futbolistas, entre otros). Todos muy graves. Pero, ¿qué está detrás de aquellas corruptelas y delitos? Una frivolidad muy peligrosa respecto al país y su destino, y al rol que a ellos –como personas influyentes– les corresponde.
Hoy Chile se siente apocado. La crisis de seguridad nos tiene encerrados, temerosos. El estancamiento económico –del que tímidamente nos empezamos a recuperar– ha ido mermando nuestra esperanza de un futuro mejor. La masificación tecnológica y manipulación algorítmica nos empujan a ser cada vez más herméticos, individualistas, fanáticos de nuestras ideas que repetimos horas y horas en la contemplación telefónica. Ni siquiera en el fútbol se nos dan los números.
Por eso hoy, más que nunca, tenemos que parar la pelota. Mirar hacia arriba. Ver el cielo. Chile puede y debe ser mejor. Podemos ser mejores vecinos, solidarios ciudadanos, justos trabajadores, probos funcionarios. Podemos despertar nuestra potencialidad creadora para pensar en nuevas maneras de habitar la tierra que tanto queremos –”la más bella del universo” decía el santo–. Tenemos todo lo necesario para ser el país que soñamos. Todo. Pero para ello, tenemos que partir soñando: ¿qué quiero para mi país? ¿cómo mejorar? ¿hacia dónde avanzar?
Este 2025 es especial. El calendario electoral nos obliga a ponernos en modo Chile una vez más. No se trata de pensar en mi metro cuadrado, mi pasaje, mi barrio. Hoy nos toca pensar el país. La misma tierra que cohabitamos. El único cielo que nos protege. La misma cordillera y mar que nos acompañan desde Visviri hasta la Antártica. ¿Cómo mejorar la calidad de vida de nuestras familias? ¿Cómo hacer de Chile un país de oportunidades, dinámico, pujante? ¿Cómo potenciar la cohesión social, la seguridad, la paz? ¿Cómo sacarle partido a nuestro patrimonio natural y cultural? ¿Qué podemos hacer? ¿Qué puedo hacer?
Respuestas hay miles. Infinitas. Pero para encontrarlas, necesitamos preguntas. Y para eso, soñar. Simplemente soñar. No sea que esos sueños porten realidades. Y que en el vasto mundo de los improbables, nos sorprendan con un fruto mejor. ¿Por qué no? Así quizás, como dijo Neftalí, “cantará en la luz, y a pleno pecho, tu dulce voz, oh patria prisionera”. Tenemos que soñar Chile.
Pablo Mira es director de desarrollo de IdeaPaís. Columna publicada en Cooperativa, el 17 de enero.