Uno de los resultados más relevantes de las elecciones del plebiscito de salida, fue su histórico nivel de participación. Más de 13 millones de personas, lo que corresponde a cerca del 70% del total de la población del país, se manifestó ese día en las urnas. Participación que no se lograba desde 1989 y que venía en franco declive luego de que se estableciera el voto voluntario el año 2012. Cabe recordar, en este sentido, que llegamos a tener abstenciones de entre el 50 y 60% del padrón, con la sola excepción de la elección presidencial de segunda vuelta del 2021.
Por esto, varios han dicho que el gran triunfador de ese domingo 4 de septiembre fue el voto obligatorio y, por lo mismo, se ha vuelto a instalar la idea de reponerlo y avanzar la tramitación de los proyectos de ley que ya están en discusión en el Congreso. Vale la pena reflexionar sobre algunas conclusiones a la luz de lo ocurrido.
De acuerdo con Raymond Aron, “el voto es la fuente de legitimidad principal del orden político moderno, pues permite construir obediencia y evitar así la disgregación de la comunidad” Cuando casi la mitad de la población se declara por una opción, como ocurrió con el Rechazo, la opinión mayoritaria adquiere un importante grado de legitimidad, y permite a las autoridades tomar decisiones con esta certeza.
Así también esta certeza en cuanto a la opinión de la mayoría, evita que ciertos grupos minoritarios se autodenominen la voz del pueblo, con el fin de imponer sus pretensiones refundacionales, que muchas veces poco tienen que ver en realidad con el sentir del ciudadano general.
Por otro lado, en esta elección apareció una mayoría que se había mantenido silenciosa, pero que sí tenía opinión. El voto de sentido común, como muchos han dicho. Reponer el voto obligatorio, en este sentido, obligaría a los partidos a salir a conquistar estos votos y hablarle al ciudadano de a pie, al trabajador desencantado de la política, que no está ideologizado, que no es activista, pero sí quiere tener seguridades y mejoras en su vida. Obligará a los partidos a salir de sus nichos electorales y volver a buscar esa vocación de mayoría que tanto nos hace falta, y que evita que los extremos y la polarización se vuelvan los protagonistas.
Por último, el voto obligatorio nos hace comprender que vivir en comunidad exige deberes y responsabilidades, especialmente en un contexto que sólo habla de derechos. La discusión constitucional es una buena oportunidad para sentar las bases de una democracia de la cual todos somos responsables.
Columna por Magdalena Vergara, Directora de Estudios de IdeaPaís, publicada por El Líbero en la edición del 18 de septiembre de 2022.
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