Así, el reordenamiento de las clases sociales en nuestro país se tradujo en un ensanchamiento de la clase media, grupo mayoritario que, si bien ha logrado superar la pobreza, no está exento de recaer en ella. Es precisamente en estas familias donde, ante la incerteza y fragilidad de la vida, se anida un sentimiento de malestar y temor’. Esta es la premisa que guía la investigación y con lo que comienza el ‘paper’, y que uno de sus ejecutores, Juan Pablo Lira, se encarga de detallar. ‘Estudiar a la clase media siempre es un desafío, porque se puede hablar de muchas clases medias. Nosotros las dividimos en media-baja, mediamedia y media-alta, y en total suman el 70% de la población. Usamos metodologías existentes para segmentar, y el principal hallazgo del estudio es que la clase media-baja, también llamada por nosotros clase media frágil, se asemeja con mucha frecuencia a los segmentos pobres y vulnerables, incluso más de lo que se pudiera pensar’, sostiene el especialista
¿Qué diferencia a la clase media baja de los segmentos pobres? —La primera aproximación es desde el ingreso. Pero cuando empezamos a observar los distintos indicadores en, por ejemplo, educación, vivienda, trabajo y pensiones, nos damos cuenta de que la clase media baja se encuentra en una situación de particular fragilidad y que se asemeja mucho más a los segmentos pobres que al resto de la clase media. Y lo relevante es que este segmento de clase media frágil es el más numeroso del país, con el 41,3% de los hogares.
¿A qué se debe el miedo y la rabia que ustedes detectan? —Es algo común en las tres clases medias. Se basa en la posibilidad de que contingencias como enfermedades, endeudamiento o la falta de trabajo lleven a una familia a caer en una crisis que la haga descender de nivel. Y de allí surgen incertidumbre, molestia y rabia. Tal situación está muy presente en la clase media-baja, segmento que claramente no percibe muchos más ingresos que las familias en situación de pobreza.
Un hecho que ustedes resaltan es el progreso de 1990 a 2012… —Sí, pues durante ese periodo Chile experimenta un acelerado proceso de crecimiento económico, que permite a cientos de miles de familia salir de la pobreza. Ese es un gran cambio, sin precedentes en nuestro ordenamiento social. En el texto damos cuenta de que de 1990 a 2012, el crecimiento económico permitió que el producto interno bruto (PIB) per cápita creciera en un 129%, que bajara el índice de pobreza desde un 38,4% en 1990 a un 14,4% en 2011, y también que el índice de extrema pobreza bajara de un 12,8% a un 2,8%.
¿Cómo encaja el malestar que ustedes resaltan como lo esencial del estudio? —Justamente en esas centenares de miles de familias que salieron de la pobreza se anida un malestar que no es un mito, sino que es una realidad. Son familias que hoy gozan de un estatus algo más promisorio que hace veinte años, pero que ahora viven con la angustia cotidiana de que una posible pérdida del trabajo, la vejez, una enfermedad o una catástrofe las hagan retornar a la pobreza.
Para muchos, esa es la base del ‘Estallido Social’ de 2019… —El ‘Estallido Social’ aún es demasiado reciente, y por eso requiere de mayores reflexiones. Pero lo que nos interesa resaltar es que reducirlo sólo a una cuestión delictual no nos permite hacernos cargo de la complejidad que vivimos en ese momento. Por eso el trabajo insiste en que persiste alojado en las familias de clase media un sentimiento de temor y de malestar. Insistimos: son miles de familias que luego de años de progreso económico lograron transitar desde la pobreza a un estado un poco mejor, pero no logran eximirse del riesgo de que ante cualquier eventualidad puedan regresar a la pobreza.